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Arte y oficio


    La otra tarde, Luis Landero nos dio una conferencia. Fue con motivo de la inauguración del nuevo curso de la Escuela de Letras de Extremadura, Cáceres: “Lo que yo sé sobre el oficio de escribir”. Ni que decir tiene que la conferencia fue de una gran amenidad, pues que, además de grande escritor, Luis es un conferenciante muy brillante, que para ello no le falta ni la gracia ni la cultura ni el talento (ni el oficio). De entrada, lo primero que se me ocurre decir es que escribir no es ‘sólo’ un oficio, es además, y sobre todo, un arte, un arte con mayúsculas, el arte literario: la literatura. Lo que pasa es que Luis es un hombre muy sencillo y no ha querido llamarse a sí mismo artista. Mal asunto cuando la escritura es ‘sólo’ oficio, cuando le falta el arte. Sale entonces una prosa correcta, pero sin ángel. García Márquez versus Vargas Llosa. Un artista supremo, el primero; un profesional abnegado, el segundo.

  No era cuestión, claro está, de levantarse y decirle al amigo Landero que el artista nace, no se hace, y todas esas cosas mil veces dichas, que eso lo debe de tener él en los calcañales. Luis, cuando profesor, les decía a sus alumnos que escribieran un diario, y les daba unos consejos y tal. Y seguro que los muchachos aprendían a redactar correctamente, lo que no es ninguna tontería hoy en día, tiempo de desastres lingüísticos; pero, como es sabido, una cosa es redactar correctamente, ay, y otra cosa es escribir, o sea, hacer literatura. Para escribir, lo primero que se precisa es una mínima sensibilidad para ‘sentir’ la belleza literaria. Dicho de otra manera: tener la capacidad de asombrarse uno ante un párrafo, ante una frase, ante un adjetivo puesto en su sitio: “...y seis libros iguales, abandonados a un orden de naipes perdedores” (Landero). “El arte tiene que conmover”, dijo alguien. Pues eso: como al niño no le guste la música, ya se puede empeñar la madre en llevarlo a clase de piano.

  Una vez dijo Landero que le gustaría escribir con la sencillez y la gracia de Cervantes. Admirado Luis, después de darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que para eso lo primero que hace falta es llamarse Miguel, y luego Cervantes, y si te llamas además Saavedra, entonces ya es la releche. Si te llamas Miguel y detrás Unamuno, podrás ser un gran filósofo, pero corres el riego de rimar Salamanca con palanca, con lo que te has caído con todo el equipo. Y hablando de filósofos, si te llamas José Ortega, podrás ser un buen torero, pero si además quieres tener una prosa limpia y brillante, tienes que apellidarte Gasset de segundo. Tres cuartos de lo mismo se podría decir de otro de los grandes: Ramón Gómez de la Serna. Si te llamas Ramón, pero después viene Tamames, un suponer, podrás ser un gran economista y tener una biografía interesantísima, “Más que unas memorias”, pero seguro que te sale una prosa astrosa, zarrapastrosa.

   En fin, que a mí me gustaría escribir como Luis Landero, pero resulta que no puedo: me llamo Agapito. “Un tiempo de cuarenta y seis años le corrió como una araña por la piel”. Arte, mucho arte; más que oficio.  

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