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Un niño en la silla pontificia


  De todo lo dicho sobre el papa Francisco, lo mejor ha sido lo de El Roto y un columnista de este periódico: Tomás Martín Tamayo. El Roto, “único intelectual comprometido que había en España en 1997”, según mi admirado Muñoz Molina, lo clavó en una de sus genialidades cotidianas: “Nos ha salido un papa cristiano. Qué calamidad”, afirma con gesto apesadumbrado un cardenal orondo, desde su poltrona cardenalicia. El otro, o sea, TMT, escribió, no ha muchas semanas, una columna tan lúcida, tan brillante, tan rotunda, que mereció la felicitación del portavoz de la Conferencia Episcopal. Como lo oyen. “Francisco” se titulaba.

  Dicho lo que precede, ustedes me van a permitir que yo aporte mi granito de arena sobre tan estelar personaje, que no hay semana que no nos dé un titular, como dijo uno, hablando de Dani Alves, futbolista cuyos razonamientos dejan chico a don José Ortega (advierto del riesgo de la vuelta a Atapuerca, de persistir en los medios el ‘crescendo’ oratorio de deportistas y comentaristas). Bueno, a lo que íbamos: si le faltaba al papa algo para el euro, el otro día, un niño va y se le abraza a la sotana cuando platicaba en la plaza de San Pedro, y no conforme con lo cual, se aposentó en ella, tan ricamente, vacante que estaba. Pero no necesita, no, el papa Francisco de la ayuda de ningún niño para ser noticia cuasi permanente, pues que raro es el día que, ignorando palimpsestos y códices, no nos sale con alguna de las suyas. Que cuánto le gustaría una iglesia pobre y para los pobres; que si quién soy yo para condenar a un homosexual que viene a pedirme ayuda; que no podemos estar hablando a todas horas del aborto, de la homosexualidad y de los anticonceptivos; que si tenemos que hacer algo con los divorciados que han vuelto a casarse; que si sufre con el papel de servidumbre de la mujer en la iglesia; que si le duele ver a un cura conduciendo un último modelo; y por ahí seguido.

   Y qué me dicen de sus revolucionarios gestos. Un día va y prescinde de los zapatos rojos, que tan bien le sentaban a sus predecesores; otro día va y le lava los pies a una cuerda de presos, con gravedad profética; al otro se monta en un 4L como el que tenían todos los lecheros de mi pueblo; al siguiente, cambia a los ‘bárcenas’, perdón, tesoreros, del Vaticano; al día después, castiga sin postre al obispo alemán que se gastó una fortuna en arreglar su palacio, el pobre; etc. O sea, que este hombre no para de hacer excentricidades. “Por sus obras los conoceréis”, dijo el jefe de Francisco. Pues bien, visto lo visto, lo estoy viendo venir. El día menos pensado, ya lo verán, veremos a una mujer diciendo misa; o lo que es peor: nos toparemos con la despenalización de la demoníaca membrana, ¿qué membrana va a ser?, el preservativo, siquiera sea para evitar la transmisión del sida, y luego Dios dirá.

  Ahora bien, hay una cosa que me tiene muy preocupado. Cualquier día va Francisco y critica a los curas maduritos que se pintan el pelo. Con el glamour que eso aporta a las bodas, a los bautizos, a las comuniones… No me digan que no.   

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