Como dicen en el cine, las historias que a continuación se relatan están basadas en hechos reales.
Cuando vi la matrícula de honor en geografía, sentí una vergüenza enorme. Era una
calificación absolutamente injusta. ¿Que por qué? Porque, en el examen final, el profesor
nos pilló a toda la clase con las manos en la masa: llevábamos hechos de casa los mapas, con sus
ríos, sus montañas, sus fronteras y todo aquello, dispuestos para darles el cambiazo. Presa, ya digo,
de una vergüenza insoportable, comoquiera que no podía renunciar a la matrícula, decidí hacer algo
para merecerla. Dicho y hecho: durante semanas, me dediqué a estudiar la asignatura mancillada,
lo menos ocho horas diarias. Hasta que consideré que ya merecía tan alto premio. Como se lo
cuento. Es que "España y yo somos así, señora", que dijera el clásico. De aquello me quedaría
un conocimiento de la geografía universal, que ha llegado hasta nuestros días. No se imaginan la
ilusión que me hace encontrarme, de viaje por esos mundos de Dios, los remotos nombres que aún
conservo en la memoria desde aquel verano de 1966. Cosas de una inmerecida matrícula de honor.
Traigo a colación esta verídica historia a tenor del formidable revuelo que se ha formado con
la altísima calificación obtenida por la ex consejera de sanidad, la doctora Mejuto, doña María
Jesús, en una oposición para cirujanos. Es que, de haber sido yo la consejera en cuestión (¿no fue
Leire Pajín ministra de sanidad, siendo analfabeta funcional, o Ana Mato, que por ahí le debe de
andar?), hubiera hecho lo mismo que hice cuando lo de la matrícula de honor geográfica, pero a
priori, claro: sabedor de que sería agraciado con una buenísima nota (parece lo lógico que alguno
de los que fueron mis colaboradores me filtrase el examen), me habría dedicado a tumba abierta
a prepararme el temario de la oposición, con el fin de merecer la calificación. Es más, estoy por
decir que eso es lo que le ha sucedido a la doctora Mejuto, a la cual no tengo el gusto de conocer:
he sabido de sus facciones cuando ha saltado la escandalosa noticia (de siempre, me han interesado
más los pacientes que los jefes). Sea como fuere, en el caso de que le hubiesen adelantado las
preguntas y/o las respuestas, sería una más de las muchas que llevan perpetradas los jerifaltillos
locoregionales y sus adláteres, de una de las cuales, fue víctima este particular que les habla, lo que
paso a contarles seguidamente.
Los hechos sucedieron hará como una década, pero he dejado pasar el tiempo para que no se
me viera el plumero de la indignación: la mucha que me produjo verme pisoteado, y atado de pies
y manos, o sea, sin capacidad de respuesta. Un chiquilicuatro cualquiera (así han sido casi todos
los jefes), un tal Urdaci o algo así, flanqueado por dos sindicalistas amaestrados, en un concurso-
oposición, sin examen, en el que contaban sólo los méritos de guerra (uno tenía más horas de
vuelo que un piloto jubilado), en la entrevista que se sacaron de la manga, me calificaron con una
nota muy próxima al cero absoluto: lo justo para que mi plaza le fuera concedida a otro opositor.
Tranquila, doña María Jesús, usted no había sido nombrada aún consejera de nada.
Cuando vi la matrícula de honor en geografía, sentí una vergüenza enorme. Era una
calificación absolutamente injusta. ¿Que por qué? Porque, en el examen final, el profesor
nos pilló a toda la clase con las manos en la masa: llevábamos hechos de casa los mapas, con sus
ríos, sus montañas, sus fronteras y todo aquello, dispuestos para darles el cambiazo. Presa, ya digo,
de una vergüenza insoportable, comoquiera que no podía renunciar a la matrícula, decidí hacer algo
para merecerla. Dicho y hecho: durante semanas, me dediqué a estudiar la asignatura mancillada,
lo menos ocho horas diarias. Hasta que consideré que ya merecía tan alto premio. Como se lo
cuento. Es que "España y yo somos así, señora", que dijera el clásico. De aquello me quedaría
un conocimiento de la geografía universal, que ha llegado hasta nuestros días. No se imaginan la
ilusión que me hace encontrarme, de viaje por esos mundos de Dios, los remotos nombres que aún
conservo en la memoria desde aquel verano de 1966. Cosas de una inmerecida matrícula de honor.
Traigo a colación esta verídica historia a tenor del formidable revuelo que se ha formado con
la altísima calificación obtenida por la ex consejera de sanidad, la doctora Mejuto, doña María
Jesús, en una oposición para cirujanos. Es que, de haber sido yo la consejera en cuestión (¿no fue
Leire Pajín ministra de sanidad, siendo analfabeta funcional, o Ana Mato, que por ahí le debe de
andar?), hubiera hecho lo mismo que hice cuando lo de la matrícula de honor geográfica, pero a
priori, claro: sabedor de que sería agraciado con una buenísima nota (parece lo lógico que alguno
de los que fueron mis colaboradores me filtrase el examen), me habría dedicado a tumba abierta
a prepararme el temario de la oposición, con el fin de merecer la calificación. Es más, estoy por
decir que eso es lo que le ha sucedido a la doctora Mejuto, a la cual no tengo el gusto de conocer:
he sabido de sus facciones cuando ha saltado la escandalosa noticia (de siempre, me han interesado
más los pacientes que los jefes). Sea como fuere, en el caso de que le hubiesen adelantado las
preguntas y/o las respuestas, sería una más de las muchas que llevan perpetradas los jerifaltillos
locoregionales y sus adláteres, de una de las cuales, fue víctima este particular que les habla, lo que
paso a contarles seguidamente.
Los hechos sucedieron hará como una década, pero he dejado pasar el tiempo para que no se
me viera el plumero de la indignación: la mucha que me produjo verme pisoteado, y atado de pies
y manos, o sea, sin capacidad de respuesta. Un chiquilicuatro cualquiera (así han sido casi todos
los jefes), un tal Urdaci o algo así, flanqueado por dos sindicalistas amaestrados, en un concurso-
oposición, sin examen, en el que contaban sólo los méritos de guerra (uno tenía más horas de
vuelo que un piloto jubilado), en la entrevista que se sacaron de la manga, me calificaron con una
nota muy próxima al cero absoluto: lo justo para que mi plaza le fuera concedida a otro opositor.
Tranquila, doña María Jesús, usted no había sido nombrada aún consejera de nada.