“Pélame
esas patatas y esas cebollas y después sigues con la cabeza de ajos”, me dijo
mi santa. En esas estábamos cuando de repente levanto la vista y me encuentro
con él, con quién va a ser, el hombre de moda, el nuevo Ibarra, el señor
Monago, y debajo un rótulo que decía: “Nadie puede obligar a una mujer a ser
madre”. Toma ya: resuelto de un plumazo el irresoluble problema moral del
aborto. Lo del subtítulo tiene una explicación: la termomix y el extractor funcionaban
a tope, razón por lo cual hube de estar pendiente de los letreros subyacentes,
que no fueron muchos, pero sí de gran enjundia: “Los profesionales tienen que
estar muy bien preparados para ser competitivos”. Brillante reflexión, vive
Dios. Lo cual que, en esas circunstancias, se me hizo más patente la
gestualidad del personaje. Este hombre tiene que haberse metido miles de veces
entre pecho y espalda los discursos del rey, fue lo primero que pensé. Los
movimientos de manos no podían ser más parecidos. (Mírenlo en televisión a la
carta y verán si tengo razón.) Por supuesto, la puesta en escena era calcada a
la de los discursos navideños de su majestad: las banderas y todo eso. Sólo
faltaba la foto de la reina, del príncipe y de las infantas. Hasta la
colocación de las cámaras era la misma: ah, qué imágenes de perfil tan sugerentes.
Y encima, como es rubicundo como don Juan Carlos, ya se pueden imaginar. ¿No
procederá el señor Monago de alguna rama borbónica ignota?
Miles de veces
he dicho. Y me quedo corto. Hablo, claro es, de la cantidad de horas que el
presidente del GobEx le tiene que haber dedicado a visionar (me rindo; había
prometido no usar nunca ese verbo) los discursos del rey. Tantas, que yo creo
que ha llegado a meterse de tal manera dentro del personaje, que ha continuado
actuando como si él fuese el mismísimo monarca. Me refiero, por supuesto, al uso,
breve, que hiciera del euskera y del catalán. A este respecto, el señor Monago
y yo pensamos de la misma manera. Si no recuerdo mal, creo que no es la primera
vez que trato el asunto. A saber, si yo hubiera sido el jefe de la familia
real, mis hijos hubieran hablado correctamente en catalán, en vascuence y en
gallego. Como te lo cuento. (Don Juan Carlos, educado a los pechos de Franco
queda perdonado.) Por lo menos, el príncipe heredero. Es lo menos, cuando se
pretende ser un monarca constitucional. Lo que quiere decir que alguien ha
metido la pata hasta el corvejón en la educación de don Felipe. ¿Que eso no
hubiera detenido la deriva independentista vasco-catalana? Eso es una ucronía, claro,
pero a saber cómo hubiera calado en los pueblos vasco y catalán escuchar al
futuro jefe del Estado hablando en sus respectivas lenguas autóctonas con
absoluta naturalidad. Arzallus, uno de los bichos más malos que ha dado España,
junto con Jordi Pujol, habló, tiempo ha, del llamado pacto por la Corona, o
sea, que la Jefatura del Estado fuese el único nexo de unión entre los estados
federales, perdón, las CCAA, que es lo que éstas son de facto ahora. A lo mejor
nos hubiéramos ahorrado el lío de la creación de un estado catalán y otro
vasco. ¿Verdad, señor Monago?