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Doce años como mínimo


                              DOCE AÑOS COMO MÍNIMO

                                                  Agapito Gómez Villa

    Ocho años es el tiempo máximo que podrán permanecer en el cargo los presidentes de la Junta de Extremadura, perdón, del GobEx (anda que como les dé a los socialistas, en su futura vuelta al poder, por volver a llamarle ‘la Junta’). La ley fue aprobada recién en la asamblea, perdón, en el parlamento regional, mucho más altisonante, dónde va a parar, que eso de la asamblea suena a aquellas reuniones estudiantiles de cuando entonces, asambleas de facultad, que a mí tanto me encantaban, pues que de ellas salía siempre alguna idea luminiscente: una huelga, indefectiblemente, auspiciada, claro, por unos individuos cotelosos, por fuera y por dentro. Ocho años como máximo, ya digo. Ocho años como mínimo, habría puesto yo. Es más, pensándolo bien, uno habría fijado el tiempo mínimo en doce años. ¿Que por qué? Ahora mismo me explico.

   Me parece muy bien que se limite el tiempo de los mandatos, que luego el personal aprende malas mañas cuando lleva muchos años en el cargo, pero por otra parte, surge un pequeño inconveniente: en cuatro días como el que dice, Extremadura en particular y España en general, se podrían poblar de expresidentes. De ahí mi interés en que, en pos del deseable equilibrio, los doce años sean el máximo, pero también el mínimo. Gracias a que el señor Rodríguez Ibarra, filólogo y profesor de la Universidad de Extremadura, según Wikipedia, estuvo veinticuatro años en el cargo, hoy tenemos sólo dos expresidentes. Imaginemos que en ese interminable lapso (podría haber sucedido), hubiéramos tenido un presidente nuevo cada cuatro años. Hoy tendríamos siete expresidentes en lugar de dos. Imaginen, asimismo, a qué situación se podría llegar dentro de veinticinco años, un suponer. Si la esperanza de vida sigue creciendo al ritmo actual (somos los segundos del mundo, crisis mediante), en un cuarto de siglo podríamos muy bien encontrarnos con que los expresidentes de Extremadura sean una nueva legión romana, de jubilados, mismamente como cuando Mérida fuera Augusta y Emerita (sin tilde, que en latín clásico no había). En ese tiempo, el señor Ibarra, el más viejo, tendrá noventa y uno, algo corriente para entonces, quitado como se quitó del vicio del tabaco. Y detrás vendrá la recua.

  En otro orden de cosas, que dicen los que no saben qué decir, me parece de perlas que haya sido modificado, asimismo, el anterior estatuto de los expresidentes, según el cual, tenían derecho a tener tres personas a su servicio (para labores propias de su ‘excargo’, por supuesto), así como un coche con su conductor. De aquella manera, en unos años se podría haber acabado con el paro en la región, ciertamente, pero ¿sería capaz Extremadura de soportarlo? He ahí la cuestión. Además, otra cosa: Mérida habría tenido graves problemas de tráfico con tantísimo coche oficial. Supongan lo que hubiera sucedido el día que todos los expresidentes hubieren de acudir a un acto oficial importante: un aniversario relevante, por ejemplo. Ítem más: existe una cosa que se llama Consejo Consultivo (mi amigo Antonio Vázquez formó parte del mismo, por eso le tengo ley), del cual son miembros permanentes los expresidentes extremeños. A no tardar mucho, será mposible de todo punto encontrar sitio en Mérida para albergar a tantísima personal, a no ser que se habilitase para la ocasión el mismísimo teatro romano.

  Doce años es el tiempo, ya digo.  

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