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La bella y los bestias


     Fue precisamente una escena presenciada en Valladolid, hará como diez años, lo que me dio pie para una columna sobre el asunto que ha ocupado/copado casi en exclusiva la información deportiva, manda webs, en la presente semana, que yo siempre había creído que la información deportiva era para hablar de deportes: el comportamiento de cierta basura humana, aledaña al mundo del fútbol, que tiene como penúltimo colofón la muerte de un hincha del Dépor (por cierto, Arsenio, aquel viejo entrenador, dijo que estaba hasta los mismísimos de tanto Dépor, cuando siempre se le había llamado el Coruña), a manos de sus homónimos (léase primates) del Atlético de Madrid, que lo arrojaron al río después de haberlo matado a palos. “Puta Valladolid, puta Pucela”, iban recitando a modo de letanía, tres individuos y una individua, por una de las céntricas y gélidas calles de la ciudad, ataviados que iban con aperos del Barça, equipo visitante aquella tarde. La pinta del personal, se la pueden ustedes imaginar. Pues bien, en Valladolid, donde pernocté anteayer, recordando la gloriosa letanía de aquel día, tenía yo pensado reanudar mis cariñosas invectivas contra esa subespecie humana a la que llaman ultras. Pero, claro, luego de escuchar el concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, cuya figura estelar era Clara Andrada, seguir hablando de la conducta de los primates antes aludidos (no muy lejos está Atapuerca), no tiene ningún sentido. Vamos, que no hay color.

   A Valladolid fuimos mayormente a ver a Clara Andrada, que tuvo la deferencia de bajar de los cielos musicales en donde habita, a la tierra castellana que la vio nacer: Clara nació y se crio en Salamanca. ¿Que quién es Clara Andrada? Ya les adelanté algo en septiembre pasado, cuando hablé de ella como merecedora de la Medalla de Extremadura. Clara Andrada  es, les recuerdo, la flauta solista de la Orquesta de la Radio de Francfurt, y de la Chamber Orchesta of Europa, así como de las Orquestas Sinfónica y Filarmónica de Londres, a más de actuar como solista en las mejores orquestas del mundo, que es que se la rifan. En fin, que se necesitaría más de una hoja de este periódico para albergar su currículum. La otra noche le tocó el “Concierto para flauta y orquesta”, de Carl Nielsen y les puedo asegurar (yo había ido con la lección aprendida) que fue un espectáculo grandioso. Es que Clara, a su virtuosismo musical (el ADN de Clara está hecho de notas musicales: habrá que estudiarlo algún día), une una pasión interpretativa que, parafraseando a Roland Barthes, convierte cada momento en una escultura musical, dando como resultado una bellísima y sutil y armoniosa danza interpretativa, tal es su prestancia y su hermosura.

   En fin, que a la señorita no le falta de na. Y hablando de medallas: los méritos de Clara son más que suficientes para que le concedan el día de mañana el premio Princesa de Asturias. Teniendo en cuenta que las Medallas de Extremadura se conceden a personalidades relacionadas con nuestra tierra, mi pregunta es la siguiente: dados por supuestos los méritos en el caso de Clara, ¿qué cantidad de ADN extremeño se necesita para optar al galardón? Clara tiene un 50%. Su padre es cacereño de pura cepa.

  

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