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Rato o la gran mentira


    Lo dijo una vez Antonio Banderas, él sabrá por qué: “Detrás de un gran ídolo de Hollywood hay… una gran mentira”. Justamente eso es lo primero que pienso cada vez que aparece uno de esos ídolos de las finanzas. ¡Mario Conde! ¡Rato! Y que conste que lo tengo escrito mucho antes de que se lo leyese a Muñoz Molina: “Vi dos intervenciones de Rodrigo Rato en Nueva York cuando era director del FMI… En la primavera de 2007, RR vaticinaba que la economía mundial crecería sin sobresaltos un 5%, y que si acaso habría una desaceleración ligera en EEUU, apenas un contratiempo que se corregiría en unos meses”. Pues bien, un año y pico después, en septiembre de 2008, el gran gurú, el brujo, el maestro universal de las finanzas, un tal Alan Greenspan, ante una comisión del Senado norteamericano, decía lo que sigue acerca de la abrupta conversión de la burbuja económica en una uva pasa: “Me siento es un estado de atónita incredulidad”. Toma ya. O sea, que el idolatrado gurú, que así le llamaban, no tenía ni zorra idea de lo que pasaba en casa, léase banco, de los Lehman Brothers. Estamos hablando de un señor con cuyo nombre se les llenaba la boca a cada momento a los millones de contertulios de la economía que pueblan las ondas, los muy catetos, como si comieran con él casi a diario, el presidente de la Reserva Federal decían muy ufanos, dando por sobreentendido que todo el mundo tenía que saber de qué reserva se trataba: ¿acaso una reserva de indios, de los pocos que dejaron vivos? No, hombre, no. Permítanme que sea yo el que se lo explique: la Reserva Federal es el Banco de España de los EEUU.

   Vaya por delante que a mí me la trae floja lo que Rato haya hecho o dejado de hacer. A mí, esa clase de personas que no se ven nunca ‘jartas de perras’, lo que me dan es pena: un tío que se pierde por el dinero, me parece un enfermo, y no leve. Uno, claro es, lo que quiere poner de manifiesto es lo de Banderas, pero en lo financiero: que detrás de cada gurú de las grandes finanzas, hay… una gran mentira, que eso es lo que son todos, unos mentirosos: “una casta de adivinos y augures investidos de infalibilidad científica por nuestra ignorancia”. A las pruebas me remito: ni el tal Greenspan, ni el tal Rato tenían ni puñetera idea de por dónde iban los tiros, idiotizados de cateta adulación.

   Fue anteayer mismo cuando el recién laureado y chocheante Goitisolo la emprendía a mamporros quijotescos contra los corruptos de la “ingeniería financiera”, que ésa es otra. Es que así es como le llaman los idolatrados sabios que nos ocupan, a las trampas, a las mentiras, a los engaños, a las trapacerías, a las marrullerías, a todo eso que se inventan para que el común de los mortales no nos enteremos de sus manejos. Juro por mi conciencia y honor que si yo fuera un ingeniero de los de verdad, de los que hacen asombrosas obras de ingeniería, llevaría ante los tribunales a ese hatajo de usurpadores del buen nombre de tan formidables profesionales. ¿Ingeniería financiera? Eso quisierais vosotros, acomplejados ignorantes.   
                                                                                                          

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