Iba una vez
Umbral con un amigo, “escritor de izquierdas” (no dice el nombre), paseando por
la orilla de un pantano franquista, cuando en esto que el otro va y le dice:
“Aquí es donde los ingenieros se mean en todos los prosistas y poetas” (lo leí
anteayer). Y de inmediato se me viene a las mientes mi columna de este
periódico titulada “Ingenieros al poder”. Toma ya puntería. Es que es tal la
fascinación que tengo por las grandes obras de ingeniería (les recuerdo que en
estas páginas le dediqué una encendida columna al puente Vasco de Gama), que
cada vez que transito por los colosales viaductos que atraviesan el Tajo y el
Almonte, siento una enorme satisfacción. Si miro hacia un lado y me topo en la
distancia con las asombrosas construcciones de los puentes del AVE (llamémosle
AVE), entonces la felicidad es total, completa, pues que a lo anterior se une otro
pensamiento: que mis impuestos no sólo sirven para alimentar a miles de
políticos superfluos (ay, ese inservible Senado; ay, esas prescindibles
asambleas regionales; ay, esos miles de ministrines, que llaman los asturianos
a los consejeros autonómicos), sino que valen asimismo para algo importante,
muy importante.
A uno no se
le ocurre decir, como al otro, que desde lo alto de esos puentes los ingenieros
se mean en los escritores, pero sí pienso que tal vez la figura de los
escritores esté sobrevalorada, y mira que es grande mi admiración por ellos. O
quizá sería más justo decir que la figura de los ingenieros está infravalorada.
A los puentes me remito. Que conste que no estoy solo en esta batalla. Tengo el
honor de estar muy bien acompañado: ¡por dos grandísimos escritores, un poeta y
un prosista!
El poeta.
Dice Neruda: “Yo he amado los puentes toda mi vida. Mi padre me inspiró gran
respeto por ellos. Nunca los llamaba puentes. Los llamaba obras de arte,
calificativo que no le concedía a las pinturas, ni a las esculturas, ni por
supuesto a mis poemas”. Se pueden imaginar cómo me quedé cuando, después de
escribir lo del Vasco de Gama, me topé con lo que precede. Pero esto no es nada
con lo que viene a continuación.
El prosista.
En mi vida me podía yo imaginar que un hombre de letras, sólo de letras y nada
más que de letras, Muñoz Molina, podía llegar a decir lo que, por boca de un
personaje, arquitecto para más señas, dice sobre un puente: el George
Washington, Nueva York: “…más bello que cualquier catedral, delicado en su
escala formidable, en la limpieza de su forma, tan pura como un axioma
matemático…” (“La noche de los tiempos”). Ahora saldrá, pensé, con lo de José Antonio
Primo de Rivera: “Tended vuestras miradas, como líneas sin peso ni medida,
hacia el ámbito puro donde cantan los números su canción exacta”. Pero no. Pronto
caí en la cuenta de que Muñoz Molina, comunista en su juventud (como Neruda
toda su vida), no podía citar a un escritor falangista. Pero no hizo falta. En su
lugar, escribió algo parecido: “los cables resaltando contra el azul, como los
hilos de seda de una telaraña que vibraran con el viento”. ¿O no?
Después de
esto, a Neruda y a Molina no creo que haya ingeniero que se atreva a mearles
encima.