Qué suerte tengo: Luis Landero no
escribe en este periódico. Si lo hiciere, me daría tanta vergüenza publicar a
su lado, que habría dejado de hacerlo de inmediato, pues que uno no es digno ni
de quitarle el polvo de los zapatos. Sería algo parecido a lo que hiciera el
padre de Picasso cuando vio cómo pintaba Pablito a los catorce años: no volvió
a agarrar un pincel. Dice Caballero Bonald que él no sabe escribir mal: Luis
Landero no es que no sepa escribir mal, sólo sabe escribir como los dioses.
No
me equivoqué cuando le dije a bocajarro que “Juegos de la edad tardía”, su
‘opera prima’, sería un referente en la historia de la literatura en español.
No me abrumes, me contestó abrumado, con la humildad y sencillez de la que está
fabricado, día en que este periódico le entregase el premio Extremeño de HOY.
Luego, irían cayendo cual maná literario, títulos y más títulos, unos más
exitosos que otros, pero todos con la marca de la casa: la inmensa ‘calidad de
página’ que inventase Julián Marías. Sin embargo, lo mejor estaba por llegar. Y
ha llegado en el momento justo y de qué manera: tocando con las manos el cielo
de la más excelsa creación literaria. O mucho me equivoco o “El balcón en
invierno” no le tiene envidia a lo mejor que se haya publicado en la lengua de
Cervantes. Es una cosa deslumbrante, ¿o tal vez deliciosa? Ya me lo dirán.
‘No más novelas’ comienza diciendo asomado al
balcón. Ni falta que hace, que ya lo dijo André Breton: “La tediosa
premeditación de la novela”. O José Pla: “El que a partir de los cuarenta lee
novelas, es sospechoso”. O mi tío Ramón (Gómez de la Serna): “La literatura, o
es autobiografía, o no es literatura”. Ahí te quería yo ver. En efecto, al franco
modo, que es el ‘itálico modo’ de los clásicos pero en francés (no en vano los franceses
han llevado el género autobiográfico a las más altas cumbres), Luis ha
encontrado en la autobiografía la fuente milagrosa: “El balcón en invierno”
para empezar. No se puede escribir/describir de modo más bello, más lírico, más
entrañable, más sincero, más preciso, más de todo, la peripecia vital de un
muchacho nacido y criado en Alburquerque y trasladado a los doce años a Madrid.
El arte tiene que conmover, dijo alguien acertadamente. Pues bien, pocas veces
en mi vida he sentido tal conmoción como al leer el ‘balcón’ de Landero. Aparte
de que la obra pueda resonar grandiosamente a Proust, he llegado a la
conclusión siguiente: Luis no necesita inventarse un ‘realismo mágico’ como el
gran García Márquez; en sus manos, en su pluma quiero decir, cualquier recuerdo
es elevado como por ensalmo a dicha categoría literaria, mayormente los de su
infancia. Decía Umbral (todo en él es autobiografía) que literatura es hacer, como
Proust, de la criada un personaje literario. Landero ha convertido a su tío
Ignacio, “el Poderoso”, en un personaje de la historia universal de las letras.
Y ya para acabar, permíteme, admirado Luis,
una pequeña confidencia. Dices que en tu infancia no hubo ni un solo libro (uno
sólo más bien); en la mía, ni eso siquiera: ninguno, lo que se dice ninguno
(ahora me estoy desquitando).