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Once millones de muertos


  Lo ha dicho doña Tania, la docta ex de Pablo: "La cuarta parte de la población española puede morir de hambre". O sea, once millones, tirando por lo bajo. Y los seminarios vacíos. ¿Que qué tiene que ver una cosa con la otra? Está clarísimo: si hay escasez de sacerdotes para los oficios cotidianos de hoy, cuando empiece el multitudinario baile de muertos famélicos, tendrán que habilitar/autorizar a los sacristanes, pero ni sacristanes hay, ay. Menos mal que los muertos de hambre abultan poco y llegado el caso podrían meterse tres difuntos en un mismo féretro y hacer como en las grandes catástrofes: una misa fúnebre por cada veintena de cajas, con lo que tendríamos un montante de sesenta difuntos por sepelio. Lo que pasa es que hasta llegar a los once millones, nos va a costar Dios y ayuda, nunca mejor dicho: doy por sentado, claro es, que, llegado el momento, la mayoría de la población española seguirá practicando las seculares costumbres cristianas. Lo que me extraña mucho, mi señora, es que quedara un solo español vivo cuando la posguerra del 36, años de un apetito muy generalizado.

          El caso es que, con todos los respetos a doña Tania, a mí no me cuadran las cuentas. Y no lo digo sólo porque no hay día en que los medios de comunicación no hablen del peligro que para la salud implica el inestético sobrepeso de la población española en general y de los niños en particular. Lo digo más bien por la evidencia científica.

          Hace algún tiempo, la prestigiosa revista JAMA, órgano de difusión de la Asociación Médica Americana, publicaba un artículo 'demoledor' (se puede consultar en internet). Un estudio realizado en la Cuba postsoviética, o sea, cerrado ya el grifo de la ayuda proveniente del frío, arrojó un resultado estremecedor: la salud de la población había mejorado de forma ostensible con las escaseces. Pero no queda ahí la cosa. Poco tiempo después, leyendo las memorias de Ramón Tamames (hay que leer más, doña Tania), me encuentro con una cosa que le dijo su padre, médico-militar republicano a la sazón, sobre el Madrid asediado durante la guerra: "Nunca hubo tanta salud general en la población". Y abundando en el asunto: cuenta Julián Marías que adelgazó veintitantos kilos y que andaba como una pluma.

          Total, doña Tania, que pienso que la han informado mal. La especie humana tiene una prodigiosa capacidad de resistencia al hambre. Tan prodigiosa que cuando los rusos liberaron los campos de exterminio nazis, la ignominia por antonomasia, no daban crédito a lo que vieron: ¡esqueletos andantes!   

  Para acabar, doña Tania, quisiera pedirle un favor. Dígale de mi parte a doña Carmina, a la chica que va a ser alcaldesa de Madrid, que el problema de la malnutrición de los niños, hoy, en España, se llama obesidad infantil, y dígale también que "no somos lo que comemos, sino lo que comimos cuando niños" (profesor J. E. Campillo dixit): mi padre un suponer, que de niño pasó más hambre que el perro de un ciego y acaba de cumplir los noventa como una rosa.

   "¡Hambre, hambre es lo que hay que tener!", que le dijo un camarero al gran Chumi-Chúmez, cuando se quejó de un pelo en la sopa, al tiempo que le daba un pescozón.

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