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El español


 

   Con muy pocas horas de diferencia, el rey Felipe y el pareja de Isabel Preysler (“soy el pareja de Fulanita”, me dijo cierto señor al llamar a casa), acaban de pronunciar sendas alocuciones en defensa del español: el uno en EEUU, el otro en Salamanca, universidad en la que don Mario acaba de ser investido doctor honoris causa. Ambos, claro es, han rayado a gran altura, sobre todo don Felipe, que mide dos metros. Sin embargo, mucho mejor les hubiera ido si hubieran leído antes el artículo que publiqué no ha muchos meses en este periódico. Ellos que se lo pierden.

   “Es mezquino y provinciano hacer retroceder el español para que prospere el catalán”, ha dicho Vargas Llosa. Yo creo que se ha quedado corto, que la cosa es mucho peor. Mi tesis de ayer y de hoy es que considero un pecado de lesa humanidad lo que se está haciendo en Cataluña, perdón, Catalunya, que se entera Maruja Torres y me excomulga por facha, les decía que lo que se está perpetrando en Catalunya, más que una mezquindad es una canallada, a saber: la cuasi supresión de un idioma, que hablan cuatrocientos millones de almas, traerá como consecuencia que las futuras generaciones tendrán que leer traducidos a los escritores en español. (Les recuerdo que yo he presenciado a una abuela traduciéndole a su nieto al catalán, las explicaciones que el guía daba en español). Como la vez anterior, para no ser tachado de españista (así decía Umbral), prescindo de nuevo de toda la gran literatura escrita en suelo patrio, me refiero a España: nada de Cervantes, ni Quevedo, ni Lope, ni Calderón, ni Arcipreste alguno, ni Valle, ni Juan Ramón, ni Machados, ni Aleixandre, ni Cela, ni Umbral, ni Landero, etc. Doy un triple salto vital (de mortal, nada) y me planto en la américa hispana, en donde se pueden contar por cientos los escritores de obra sobresaliente y en donde se han producido los tres grandiosos movimientos tectónicos del español de los últimas centurias, a consecuencia de los cuales, nuestra lengua ha alcanzado cumbres inimaginables: Rubén Darío, Pablo Neruda, García Márquez.

  Y aquí quería llegar.

   En “El otoño del patriarca”, GM pone en boca del general unas reflexiones sobre la portentosa “Marcha Triunfal”, de RD, con lo cual, mato dos pájaros de un tiro, y que me perdone don Pablo: “… y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas… vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines…carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano que se limpia el culo, se decía, tan exaltado por la revelación de la belleza escrita…”. Dicho lo cual, a ver quién es el guapo que es capaz de verter a otro idioma lo que precede, sin que pierda su doble grandiosidad: la del glorioso Rubén Darío y la del inmenso García Márquez. Es que, hablando de traductores, siempre me acuerdo de la ilegible basura en la que J. M. Valverde transformó el “Ulises” de Joyce. Y encima, le dieron un premio.

   Pena me da, y no del español.

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