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Homo naledi


   Don Camilo, el gran Cela, o sea, no me perdonaría que dedicara mi columna de hoy a lo de Cataluña, perdón, Catalunya, que si se entera Vázquez Montalbán, tan buen cocinero como compañero de viaje del independentismo, que lo he escrito con ñ, de inmediato me incluiría entre los más acendrados fascistas: de aquellos polvos, ustedes disculpen, estos lodos. Don Camilo no me lo perdonaría, ya digo, por aquello suyo, tantas veces referido: “Cuando en un sitio huele mucho a algo, lo mejor no es oler más, sino oler distinto”. Pues eso. Y luego está lo de Ortega (nada que ver con Ortega Cano), que sin ser tan listo como Cela (es imposible), dijo una cosa, “La rebelión de las masas”, prólogo para alemanes, creo recordar, que me dejó estupefacto: “Lo de Cataluña no tiene solución”. Total, que con semejantes premisas y con la cantidad de cosas que están pasando por ahí, a otra rosa, mariposa.

  He dicho prólogo para alemanes. Pues de alemanes va la cosa.

  Por muchas vueltas que le doy, soy incapaz de explicarme cómo todo un pueblo, bueno, casi todo, pudo llegar al grado de ignominia que el pueblo alemán alcanzó cuando aquello: el exterminio de los judíos. Sí, ya sé que, siguiendo las enseñanzas de un psicópata llamado Adolf Hitler, que ésa es otra, primero fue menester degradarlos a la categoría de ratas inmundas, pero no creo que a las ratas más sarnosas las hubieran tratado de aquella manera. La primera vez que leí a Primo Levi (para releerlo me tomo antes un tranxilium 50), acabé con el alma en una sima oscura y profunda: tan grande la degradación moral de los unos, tan inmenso el sufrimiento de los otros. Pues bien, llegados a este punto, prepárense para pasar de la tinieblas a la luz: a uno le parece mentira, sí, que el mismo pueblo que anteayer fuese connivente con el exterminio masivo de los judíos, hoy, cuatro días después como el que dice (todavía quedan sobrevivientes), se hayan puesto al frente de otro gran drama humano: “Alemania está preparada para acoger a medio millón de refugiados al año”. Impresionante, sencillamente. Bendito sea el pueblo alemán, aunque detrás de esto subyaga una llaga, ustedes perdonen la aliteración: la necesidad de drenar el pus de la gran herida moral heredada de sus padres. Alguien dirá que esto no deja de ser una opinión muy personal, por supuesto que así es, pero es lo que uno ha podido colegir de la media docena de veces que ha visitado Alemania: cada vez que a alguien, yo mismo, le diera por hacer alguna alusión a lo de entonces, era contestado con un displicente silencio. Lógico y natural.

   En una sima oscura y profunda, ya digo, quedé yo sumido, luego de leer a Primo Levi. Una sima más oscura y más profunda que la descubierta a pocos km de Johannesburgo, en cuyo interior se han encontrado fósiles de una nueva especie de homínido, Homo naledi le han llamado, que podría tratarse de uno de nuestros primeros antepasados; lo que no se sabe, según Arsuaga, ese sabio, es si ya habían dado el salto, el gran salto, hacia la autoconsciencia. Justo lo contrario de lo que le está sucediendo a nuestra especie política, pobres antropoides en regresión imparable: moral e intelectiva (de intelectual ni hablemos).     

  

 

         

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