El otro día, en Pontevedra, bella ciudad, me retraté junto a Valle-Inclán ("la prosa más bella
escrita en castellano hasta que llegó Umbral": Lázaro Carreter a sus alumnos) y ayer lo hice, en
Padrón, a la vera del otro gran genio gallego, quién va a ser, el gran Camilo, Camilo José CelaTrulock, que así reza en la lápida granítica del cementerio de Santa María la Mayor, Iria Flavia. Lo
de los retratos lo hago por ver si se me pega algo. Por aquí andamos, haciendo un cacho del
Camino de Santiago, atravesando bosques de resonancias prebíblicas: de "helechos
arborescentes" (no se me disgusten, que a ese respecto, Extremadura no tiene nada que envidiar
a nadie). Y hablando de bosques: "simplemente contemplando una montaña o un bosque... y
sienta un escalofrío, un escalofrío exactamente como el que yo siento", dice Arsuaga, lujo español
de la paleontología, codirector de Atapuerca: "El collar del neandertal". Montañas, lo que se dice montañas, por aquí no hay muchas, pero bosques, ya digo, para aburrir. Escalofríos, lo que se dice escalofríos, yo no siento, pero, por contra, desde que se me metió entre ceja y ceja el origen de la vida, voy por el mundo con una sonrisa de perpetua perplejidad: que un universo hecho de "minerales", haya sido capaz de crear los bosques, el sol y la clorofila trabajando a destajo, es razón más que suficiente para ir por el mundo con cara de lelo. Uno no llega ni por asomo, qué más quisiera, a lo que Einstein dijo de Newton, que la naturaleza era para él un libro abierto que sabía leer como nadie, o algo así, pero me conformo con acercarme a lo de Arsuaga, que, por cierto, dedica los más encendidos elogios a un hombre muy ligado a esta tierra (enterrado está en Alcuéscar), don Eduardo Hernández Pacheco, tal que ya conté en su momento: "gran geólogo, naturalista en general y prehistoriador de altos vuelos". Pero yo no he venido aquí a hablar de mi libro, que hubiera dicho Umbral. Yo he venido a hablar del maravilloso libro de la naturaleza gallega, leído con otro libro no menos maravilloso en la cabeza, un libro que recoge/describe, como nadie lo haya hecho en el mundo, el alma de esta tierra, "Mazurca para dos muertos", asombrosa obra de un escritor asombroso, Cela, sobre la cual, dijo el mentado Lázaro que lo menos que de ella se puede decir es que es una obra maestra. Leer por la noche a Cela y a la mañana siguiente hollar con los pies la geografía de lo leído, es una experiencia de todo punto apasionante. Las gentes que uno se va encontrando, ya no son las mismas, claro, pero muy lejos no le han de andar. Si a lo anterior le unimos la visión "ursaguiana" de la naturaleza, el resultado no puede ser más portentoso: hay momentos, el sol joven colándose por el follaje, que me recuerdan al monte Tabor, y les aseguro que yo nunca he estado en dicho monte. El sol, sólo nos ha sobrado el sol. Para que la `felicidad`hubiera sido completa, nos ha faltado lo principal: "llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas, pero con infinita paciencia, como toda la vida..." En fin: leer y vivir, y viceversa.
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