Este país nuestro es inmisericorde con sus
hijos, la verdad sea dicha. Ahí tienen ustedes, sin ir más lejos, el reciente caso
de Willy Toledo, ciudadano español como usted y como yo. Va el hombre y,
pantalones bajados, se lo hace en la virgen del Pilar, en el descubrimiento y
conquista de América, en el día de la Hispanidad, en la monarquía y sus
monarcas, y por ahí seguido, que lo ha puesto todo perdido, y lo único que ha
merecido, el pobre, es la reprobación de un obispo y una carta de un guardia
civil jubilado y extremeño, ajustándole las cuentas. Con lo que él hubiera dado
por salir en los medios de comunicación, entre dos policías, esposas brillando en
alto, dedos 2º y 3º en uve. Pues nada, ni por ésas. ¿Que qué habría conseguido?
Está claro: tener al fin un argumento con el que revolverse cuando le recuerdan
que en los países cuyos regímenes defiende, Cuba y por ahí, la gente es encarcelada
por delitos de opinión y hasta de pensamiento: “Yo mismo fui detenido y
torturado por la policía española por un delito de opinión”, habría dicho
ufano. Haber salido luego en los anales de Amnistía Internacional, ya habría
sido la releche. Pues nada, ya digo. Con la miel en los labios se ha quedado el
bueno de Willy. Es que debe de ser muy duro quedarte sin argumentos cuando te
recuerdan los nombres y apellidos de los presos políticos encarcelados en sus
idolatradas dictaduras, él, precisamente él, que tiene una catarata de datos
acerca de los inacabables lugares del mundo todo donde se pisotean los derechos
humanos (nunca habla de Cuba, claro), se lo escuché yo en una entrevista en la
radio, que hasta enumeró decenas de casos de torturas en las comisarías
españolas. Lo de los etarras como presos políticos no cuela, claro, que lo son
todos por delitos de sangre, de mucha sangre.
El ‘arremate’, que dicen los andaluces,
habría sido que, además de la detención, se le hubiese abierto un proceso, palabra
de resonancias tétricas desde que Kafka escribiera su célebre novela, aunque hoy
los independentistas catalanes la hayan devaluado un poco: “el proceso” le
llaman a lo que originariamente era el ‘proceso soberanista’. “Willy Toledo,
procesado”, lo que hubiera disfrutado. Aunque mi madre se habría asustado
mucho, pues que recuerdo cuando de niño, tiempos de la dictadura, claro, alguna
vez le oí comentar por lo bajo, yo al loro, que a fulanito lo habían procesado.
A mí, como consecuencia de aquello, todavía hoy me produce cierto temor/terror
la palabra. Y mucho más cuando recuerdo lo que me dijo con dulzura mi madre camino
del hospital donde me extrajeron un balín del cuello, octubre, 1961: “Cuando te
pregunten que quién disparó la escopeta, tú le dices que fue tu hermano. Si se
enteran de que fue Ángel, lo pueden procesar”. Ángel tenía once años, uno más
que yo.
En fin, que
me asegundo en lo del principio. ¡Qué trabajo le hubiera costado a la justicia hacer
feliz a ese hombre! El sentimiento de frustración que le va a quedar va a ser
tan grande, que es muy capaz de exiliarse en Cuba para los restos. ¿No sería,
acaso, una lástima que España perdiera a uno de sus hijos por un quítame allá un
proceso? Inmisericorde país, afirmo.