Dijo el
otro día Pablo Motos, ese listísimo Van Gogh de la pintura televisiva, que la
gran aportación de Zapatero a la causa nacional fue la aprobación de la ley que
permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Muy importante disposición,
ciertamente. Tan es así, que a partir de aquel latigazo legislativo, la mayoría
de los países que llamamos civilizados fueron incorporando tan justa como
necesaria norma a sus respectivos códigos. Pero con ser importante aquello,
nada que ver, empero, con esto otro: la aprobación in extremis (de perdidos, al
río) de la más trascendente medida de salubridad pública de los tiempos
modernos, sí: la prohibición de fumar en lugares públicos. Considero de tal trascendencia
la medida que, a mi entender, aquello supuso la segunda estrella Michelín para España
(la primera es lo del matrimonio homosexual). Un paréntesis: Ustedes saben que
dichas estrellas, lo mismo que se conceden, se pueden ‘desconceder’. Pues bien,
que no se enteren los ‘michelines’ de lo que pasa en Extremadura. El día que
vengan por aquí, ipso facto nos arrancarán de la solapa la segunda estrella. En
cuanto vean las dos vergüenzas regionales: la zorrera de la puerta principal
del Infanta Cristina y las escaleras interiores del San Pedro de Alcántara, alfombradas
de asquerosas colillas, una de las cuales provocó no ha muchos días un conato
de incendio, que lo leí yo en este periódico.
En fin, que la medida antitabaco me pareció
de tal importancia (el tabaquismo es la primera causa de enfermedad y de muerte
en el mundo donde se come caliente) que, pasando por encima de la interminable
serie de desgracias que aquel hombre iluminado propició (cinco millones de
parados, infausta ley de memoria histórica, estatuto de Cataluña, economía al
borde del abismo, etc.), hasta el punto de que su propio partido lo hibernó una
larga temporada, les decía que a pesar de todo aquello, en estas páginas prometí
que, en señal de agradecimiento, votaría al partido socialista. Y así lo hice
(tengo testigos), a sabiendas de que el mío era un voto perdedor, pues que ya
se vislumbraba la imparable corriente que daría la mayoría absoluta al partido
popular. De bien nacidos es ser agradecido.
En ésas estábamos cuando un buen día el
actual gobierno, amparado en la fuerza de sus apabullantes mayorías (hay cosas
que se hacen con apabullantes mayorías, o bien con apabullantes previsiones de
derrota), decide poner en valor, horror, ya me contagié de la torpe jerga de los
más torpes de la casta, les decía que el gobierno de Rajoy decide imponer un
poquito de respeto en una de las más grandes conquistas sociales, las bajas por
enfermedad, tal era el grado de putrefacción al que se había llegado. Ni corto
ni perezoso, impulsivo que es uno, le dediqué un artículo al particular,
artículo en el que incluía un juramento público: en señal de agradecimiento, votaría
al partido popular. Pero si faltaba algo para el euro, la derecha se arma de
valor y pone en marcha otra valiente medida: la que intenta acabar con las ¡tres
mil toneladas de medicamentos que cada año se tiraban a la basura, sí!: el
copago farmacéutico. (Que sepan los demagogos, criaturas repugnantes por
definición, que los parados de larga duración no pagan ni un duro.) Lo mío,
pues, está claro.
Gracias mil, José Luis. Gracias mil, Mariano.