Hoy tocaba hablar de la conferencia del
clima, del cambio climático más bien, que se celebra por estos días en París.
Más que nada para tranquilizar al personal, que para eso me he leído yo varias
veces “La venganza de la Tierra”, magnífica obra de uno de los más conspicuos
activistas (he dicho activista, no terrorista) de la cosa ecológica, un científico
de prestigio universal, creador de la hipótesis Gaia: la Tierra es como un ser
vivo que se autorregula. He dicho “para tranquilizar al personal”. En efecto,
es que tal y como se está trasmitiendo el asunto, sobre todo cuando lo hacen
los insensatos (faltos de sensatez) de siempre, ignaros de consuno, parece como
si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina. Nadie podrá decir que
yo he dicho que no se esté produciendo un incremento de la temperatura del
planeta: los datos son incontestables. Pero de ahí a inferir una catástrofe
universal, hemos hablado bastante. Si acaso, un ‘cambio de vida’ universal,
pero de catástrofe, nada de nada. Anda y que no son grandes Siberia, Alaska (incluso
sin los Pegamoides), Groenlandia y la Antártida. Llegados a este punto, es hora
de decir que el otro día voy y me topo de casualidad, La 2, con la más bella
obra ‘escrita’ desde el cielo, “Home. Historia de un viaje”, del francés Yann
Arthus-Bertrand. Pues bien, luego de toda una vida combatiendo la energía
nuclear, y después incluso de mostrarnos la desolación de Chernobil, el buen
hombre llega a la conclusión de que es hora de plantearse seriamente el asunto:
mientras no se descubran otras fuentes, la energía atómica viene a resultar la
menos contaminante. Qué casualidad: a esa misma conclusión llega el gran James
Lovelock, al final de su larga lucha en pos de la salud del planeta. Y es en
ese momento cuando yo me pregunto: ¿de qué me sonará a mí Valdecaballeros?
En fin, que era de eso de lo que hoy tocaba
hablar, pero sabiendo que al personal lo que más le gusta es que uno se meta
con los políticos (los del otro bando), he decidido pasar a la acción.
El otro día,
en Bangui, ¿que dónde está Bangui?, Bangui es la capital de la República
Centroafricana, que está donde su propio nombre indica, les decía que, hace
unos días, al escuchar al papa Francisco (Francisco a secas para los amigos)
hablar en italiano a la concurrencia lugareña, me dije, cual Sabina cuando
pilló in fraganti a Maruja, la del tacón de aguja: ¡ésta es la mía! Bien está
que un papa argentino hable en italiano en la plaza de San Pedro: hubiera sido
una ruptura demasiado traumática que lo hiciese en español, luego de tantos
siglos hablando en “la lengua magnífica” que dice el gran Neruda. Pero, hombre
de Dios, y nunca mejor dicho: ¿a cuento de qué hablar en italiano a una
concurrencia mayormente de habla francesa? Mire usted, Francisco, perdón,
Santidad: la parroquia más grande que usted tiene en el mundo es
hispanohablante, por lo cual, su alocución de Bangui, que gracias a los medios
audiovisuales llega a todos los confines, de haberla hecho en español, no
hubiera necesitado traducción en el ámbito hispano. La “lengua magnífica” la
hablan cuatro gatos; la lengua suprema, o sea, el español, la hablamos
quinientos millones.
Y de las elecciones qué: para
hablar de las elecciones, ya están las televisiones.