La
fecundación, o sea, la unión del óvulo y el espermatozoide, se produce en el
tercio medio de la trompa, y desde allí, al cabo de unos días, el embrión así
formado desciende hacia el útero, donde anida, nos dijo el profesor de
tocoginecología, me acuerdo como si fuera hoy, Salamanca, años setenta, siglo
XX. Por múltiples y variadas causas, en algunas mujeres, la fusión entre dichas
células no llega a realizarse, con lo cual, ya tenemos a la mujer condenada a
la esterilidad de por vida. Ante dicha tesitura, a alguien se le ocurrió la
siguiente y genial idea: ¿Y por qué no hacemos la fecundación en el laboratorio
y luego implantamos el embrión directamente en el útero? Dicho y hecho. Fecundación
in vitro le llamaron. Pues bien, a esa sencilla intervención, que ha librado a miles
de mujeres de una condena bíblica, un señor obispo, el de Córdoba, acaba de llamarle
“aquelarre químico de laboratorio”, añadiendo a continuación que los niños
tienen derecho a nacer del abrazo (así le llama) entre el hombre y la mujer.
Nos ha jodido mayo con las flores.
¿Por qué
monseñor habrá sacado a relucir el asunto precisamente ahora? Me lo estoy
imaginando: yo también busco una idea de donde ‘colgar’ los artículos. Seguro
que se le ha venido a la cabeza al relacionarlo, son días propicios para ello,
con una fecundación especialísima que hubo lugar hace algún que otro milenio.
Pero claro, no todas las mujeres lo tienen tan sencillo, que si así fuere, no
tendrían que recurrir al aquelarre que dice ‘monseñoría’, neologismo que me
acabo de inventar: de señor, señoría; de monseñor, monseñoría.
Yo no soy
ginecólogo (de casualidad), pero como médico de cabecera soy testigo tangencial
del doloroso drama que para algunas mujeres supone no poder quedarse
embarazadas, y no digamos cuando el “aquelarre químico” fracasa una y otra vez,
que les tendría usted que ver, monseñoría, la cara de llanto y desolación, que
solamente por ver la cara de felicidad que se les pone cuando el aquelarre
acaba en embarazo, estaría justificado el asunto, y no digamos cuando nace la
criatura, indistinguible, por cierto, de los nacidos por el ‘abrazo’ entre los
padres, que yo no he visto nadie más feliz que una mujer a la que le ha costado
Dios y ayuda ser madre.
Primero la
emprendieron contra los preservativos, una membrana que por lo visto va contra
el plan divino, hay que joderse; luego contra los anticonceptivos, esas
pildoritas que sirven para que la mujer decida cuándo ser madre: métodos ambos
que impiden la unión del óvulo con el espermatozoide. En esto que van los
investigares e inventan una cosa que favorece dicha unión. Pues bien -cómo no-,
algunos monseñores también se oponen a ello. A qué estamos jugando.
Mis nietos
han nacido todos del abrazo de sus padres, pero le voy a decir una cosa,
monseñoría: si alguno de ellos hubiera sido producto de un aquelarre, tenga por
seguro que un día se lo llevaría para que lo conociera. Por éstas. Ah, y por
más que usted se empeñe, no pienso dejar de tenerle un inmenso respeto a la
iglesia de Roma, pues que hay muchos cristianos dedicados a causas muy nobilísimas,
en lugares menos cómodos, incluso, que el de su excelencia.