“¿Y tú
crees, Umbral, que con esto de Carrillo me lo van a quitar todo?”. La que habla
es Cayetana de Alba, días en que se principiaban a echar los cimientos de una
ejemplar democracia. Pues justamente así, hay hoy mucho personal: temeroso de
que le quiten, no ya las fincas heredadas, sino los ahorros de toda una vida de
trabajo, en el caso, claro es, de que llegasen a gobernar Pedro Iglesias y
Pablo Sánchez, o al revés, que ya hasta me lío con los apellidos. Al final,
cuando entonces, la sangre no acabó llegando al río, bueno, si exceptuamos la
cabra que un impetuoso Ibarra le expropió a Cayetana precisamente, y que
terminaría costándonos a la postre un ojo de la cara. Pues lo mismo sucedería
ahora, llegado el caso de un gobierno de Pedro y Pablo (Pedro Pablo en
adelante): la vida seguiría ‘eclesiásticamente’ igual (en honor a Julio
Iglesias), con sus carnavales y sus semanas santas, que a ver quién es el guapo
que se atreve a tocarlas, de balde lo hemos de ver (“No se tiene ni idea de lo
que cuesta romper la normalidad de la vida”, escribe mi hombre en el Madrid del
36, Julián Marías.) De gobernar Pedro Pablo, al cabo de unas pocas semanas, las
aguas embarbascadas volverían a su cauce y aquí paz y después gloria. Lo mismo
que pasó en Grecia. ¿Que qué pasó en Grecia? Está claro: mucho ruido y pocas
nueces. Estruendoso ruido mediático durante semanas y, al final, lo que han
conseguido es una exigua cosecha de nueces, o sea, otra “revolución detenida”,
que dijera Sartre, no sabemos a cuento de qué, de la soviética (digo yo que
porque la cosa se detuvo en diez millones de muertos purificados, perdón,
depurados). O en Portugal. ¿Qué ha pasado en Portugal? Nada excepcional que uno
sepa.
Y digo todo
esto sabiendo que a los políticos, salvo excepciones muy excepcionales
(Fernández Vara, sin ir más lejos, sí), el “bien de España” se la trae al
pairo, pues que lo único que les interesa es el poder, que les gusta más el
poder que a un chivo la leche. Pero hombre, si lo dejó escrito y bien escrito
un hombre listísimo al que hoy cita hasta Corcuera (la que montó anoche en una
cadena de televisión) para vengarse de la cantidad de veces que, cuando
ministro, le dieron en la cabeza con citas del filósofo. Dice Ortega: “La lucha
por adueñarse del poder público es lo que, con una vaguísima palabra que casi
nadie sabe lo que, en rigor, significa, se llama Política”. Lo que no deja de
sorprenderme es que, tratándose de un filósofo, no recurriese, para hablar del
asunto, a su afamado coleguilla de profesión, Aristóteles, pero hay que
entenderlo al bueno de don José: lo escribió, aún sufriente, luego de haber
“presenciado” en sus propias carnes el resultado del ardoroso interés por el
“bien de España” de los políticos de la II República. El mismo interés que hoy
destila a chorros Pedro Pablo. Es tanto lo que este hombre desea el bien de
España, que no le importaría propiciar su muerte (autodeterminación de sus
pueblos le llaman) y decir luego lo que dicen algunos locos con carnet (Serrat
dixit): “La maté porque era mía”. ¿Tuya? Vamos anda.