No por
esperado ha dejado de ser sorprendente lo de Messi y su padre, que se llama
Jorge como todos los argentinos, el papa sin ir más lejos. Sucedió el otro día,
sentados que estaban en el banquillo, el de los acusados, claro, que Messi no
conoce otro, donde eran juzgados por fraude a la hacienda pública, un montón de
millones de ‘leuros’, que diría el gran Carlos Herrera, al exigir ambos hacer
sus deposiciones (3ª acepción del DRAE) en catalán. En esto que la señora
magistrada va y se dirige al astro argentino en español, ante lo cual, el joven,
más corto que perezoso, respondió con voz tajante al instante: “Ni mi padre ni
yo contestaremos ninguna pregunta si no se nos habla en catalán. Exigimos por
tanto un traductor” (lo pongo vertido al castellano, porque el que no sabe
catalán soy yo, desgraciadamente). Visto lo cual, ahora me explico lo de su
hermana. Su hermana decidió volverse a la Argentina, sí, porque se le hizo
imposible tamaña inmersión/invasión lingüística. Lo cual que, cuando me enteré
de la noticia, pensé que la joven lo hiciera porque no soportase la abrumación
de dicha lengua en la calle (a nivel de calle, diría un ignaro), en los
comercios, en la tele, en la radio, en los periódicos, en la vida cotidiana, en
fin. Pues no señor: resulta que cuando la señorita Messi llegó a España
proveniente de la provincia argentina de Rosario, se encontró con que en casa
de sus padres no se hablaba otra lengua que el catalán. La moza, incapaz de
aguantar la absurda situación familiar, con gran pena de su corazón, se subió
al primer avión.
Las cosas
tienen su explicación, claro está. Messi es el buque insignia (canoa si lo
prefieren) del triunfante Barcelona de la última década. El Barcelona, Barça
para iniciados, es la punta de lanza del catalanismo independentista, que sólo
hay que asomarse cualquier tarde al Nou Camp, o en su defecto, a una final de
copa. Sabido es, asimismo, que el idioma catalán es el arma más poderosa con
que cuenta dicho movimiento secesionista: no hay cosa que más separe a los
pueblos que el idioma, de ahí que no haya manera de escolarizar a un niño en la
lengua común, el castellano o español. La conclusión es pues muy sencilla: o
Moriles o Montilla. ¡Montilla!, ¡Montilla!, aquel cordobés de Iznájar, que siendo
presidente de la Generalitat, un día, en el Senado, le habló en catalán a la
concurrencia, con lo que su paisano Chaves, el de los ERE, precisó de
traducción simultánea, en una de las situaciones más enternecedoras que ha
producido la historia española contemporánea. Quería decirles que hubiese sido
una afrenta para la catalanidad toda que Messi, artífice supremo de la mayor
racha triunfal del Barça, hablase otro idioma que no fuese el catalán. Mas hete
aquí que, no conforme con aprenderlo él solito, para mayor abundamiento, lo
impuso a toda su familia, con la ruptura fraterna ya consabida. Es lo que
tienen los nacionalismos, ese sarampión de la humanidad, que dijera el gran
Einstein, capaz de romper hasta los más sólidos vínculos familiares. Los de la
familia Messi sin ir más lejos (Neymar también habla catalán a la perfección. Y
Alves no digamos).