Demoledor
terremoto el de Italia, nunca mejor dicho. No obstante, las terribles
imágenes no parecen inéditas: son como las de todas las sacudidas
telúricas en las que hay mucha muerte de por medio. Nada nuevo bajo
el sol, pues: bajo la tierra en este caso. Ustedes me perdonarán si
les digo que, ocho horas antes, contemplando la "joven"
silueta geológica de las montañas italianas, a uno le rondaron por
la cabeza los "daños colaterales" que, en forma de
movimientos sísmicos, producen las monstruosas fuerzas que las han
hecho emerger: la colisión de placas tectónicas. Cuando a la mañana
siguiente, ido ya de tierras italianas, me entero de lo sucedido, me
quedé de una pieza. Comoquiera que esta clase de tragedias las hemos
visto repetidas en numerosas ocasiones, ya digo, y ésta no tiene
nada de ´excepcional´, permítanme que me detenga en las palabras
de un obispo de la zona siniestrada: "Ha sido muy doloroso dar
la bendición a niños sepultados bajo los escombros". Ni que
decir tiene que, para los que hemos sido educados en esta parte del
mundo, creyentes o menos creyentes, el acto de la bendición,
apostólica en este caso (los obispos son los sucesores de los
apóstoles) tiene una especial connotación. Bien. Imaginen ahora por
un momento un terremoto en la India, un suponer, y a un monje hindú
"bendiciendo" a los niños muertos. ¿Qué pensarían
ustedes a la vista de tal? Pues exactamente lo mismo habrá pensado
un ciudadano indio al escuchar al obispo italiano. O sea, que todo es
según, Campoamor me asista, del color del cristal con que se mira;
dicho de otra manera: lo que para unos es un acto lleno de muy
respetable trascendencia, para otros no deja de ser un simple ritual.
¡Y viceversa! Mas como no hay nada más lejos de mi intención que
producir daños colaterales en algunos lectores, paso directamente a
algo cuya trascendencia no tienen discusión posible. Ahí voy.
Miembros
de la familia real de Jordania acudieron al aeropuerto a recibir con
todos los honores a un héroe que lo es por dar patadas más
certeras, más rápidas y más contundentes al contrincante, razón
por la cual ha sido galardonado con la medalla de oro en la Olimpiada
de Río, primera que consigue un deportista de dicho país. Sí
señor, así se trata a los prohombres de la patria y lo demás es
cuento. Y no como en España. Como en la España de ahora, quiérese
decir, porque cuando Paquito Saporo (así le llamó uno en la tele),
más conocido como Paquito Fernández Ochoa consiguiera la medalla de
oro esquiando, le fueron rendidos, Franco reinante, honores de
gloria, así como varios telediarios monográficos. Como está
mandado. Diecisiete relucientes medallas acaban de traerse a casa los
atletas españoles (lástima lo de la doma clásica, con lo que yo
amo esa disciplina): ¿alguien de la familia real fue a recibirlos?
Calla, mujer. Fueron a despedirlos, eso sí, los mismísimos reyes.
Pero, a rendirles honores patrios, ni a un bedel de palacio mandaron.
Con lo bien que nos hubiera venido Urdangarín para la ocasión,
medallista olímpico que fuera. He ahí los inconvenientes de haberlo
excluido, junto a su señora, de la familia real. Espero que hayan
tomado nota, no obstante, de la realeza jordana.