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¿Ha muerto un filósofo?

    Lo recuerdo como si fuera hoy, dictado escolar, de los primeros (el primero fue sobre el padre Manjón y los gitanitos del Albaicín): “Séneca era muy amigo de filosofar; es decir, amigo de buscar la verdad”. Comprenderán ustedes que, con semejante premisa, uno haya tenido toda la vida un altísimo concepto de la filosofía, bella palabra por cierto. Dicho lo cual, entenderán, asimismo, el bofetón que supuso toparme con lo que sigue: “La filosofía ha muerto”, dicho nada menos que por el gran Stephen Hawking, principiada apenas su formidable obra, “El gran diseño”. (El otro sopapo me lo llevé el día que me di de bruces con lo que Bertrand Russell dice de Aristóteles, intocable durante tantos siglos: “El personaje más nefasto de la historia de la humanidad”. Le culpó del frenazo que durante siglos sufriera el “método científico”, iniciado recién por los jónicos: ¡a quién se le ocurre decir que la velocidad de caída de los cuerpos depende de su peso!)
  Hablando de filosofía y de muerte, el que acaba de morir -por eso esta columna- es el filósofo Gustavo Bueno, con lo que ya tenemos servido el inevitable oxímoron: si la filosofía estaba muerta, no puede haber muerto un filósofo. Con lo cual, el que la ha palmado es un particular que se ha dedicado a darnos su visión de las cosas. A eso es a lo que se le ha venido llamando filosofía. ¿Que me estoy metiendo en un jardín? Sí, pero conozco la salida; ahora mismo llamo por teléfono a Umbral: “Hola, Agapito. Lo que dije en su día, a propósito de Ortega, es que ha pasado el tiempo de las grandes construcciones metafísicas, de la explicación total y ordenada del mundo, que es siempre una mentira subjetiva”. “Gracias, buen hombre”. Entonces, ¿por qué razón los filósofos gozaron siempre de tantísimo predicamento? Muy sencillo: porque son gentes de grandes dotes intelectivas, conditio sine qua non, y eso siempre es muy atrayente, si logras ‘conectar’ con el personaje, claro, que eso es harina de otro costal, tiene la palabra Salvador Pániker: “Para que dos personas se entiendan, se necesita un metalenguaje previo. De ahí que yo, a los filósofos, los que se han dejado, les haya entrado siempre por el lado autobiográfico, el único que me interesa, que ya lo dijo un sabio: “Prefiero la peripecia vital del hombre a toda su filosofía”. Reparen en que he dicho dotes intelectivas, no intelectuales. Es que no es lo mismo. Lo cual me da pie para decir que el finado Gustavo me caía bien (metalenguaje previo) porque detestaba la palabra intelectual: por pretenciosa. Y porque se ponía como una pantera con “los intelectuales y los artistas”, Miguelito Bosé entre ellos, cuando se dedicaban a firmar manifiestos. O con el uso abyecto que se hace de la palabra cultura: cultura del botellón, cultura de la violencia…
   En fin, que, a pesar de lo que diga Stephen Hawking, a mí me siguen encantando los filósofos y sus construcciones metafísicas: sobre todo los que descubren la electricidad y la penicilina, o los que inventan la bombilla, el teléfono, la radio.... Ah, y también me gustan mucho Arquímedes, Galileo, Newton, Cajal y el que pone el universo patas arriba con la teoría de la relatividad, Albert Einstein.


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