(Publicado en el diario HOY el 21/8/16)
Se me vino a las mientes, el otro día, al ver el patético rostro ensangrentado del pequeño Omran, recién rescatado de entre los escombros de Alepo, ciudad asolada por los bombardeos: lo hizo muy bien el barón de Coubertin, don Pedro. Lo hizo muy bien al resucitar los Juegos Deportivos que en la antigua Grecia se celebraban en Olimpia. Pero se le olvidó una cosa muy importante, ay: la Tregua Sagrada (también conocida como “paz olímpica”), que se llamaba así en honor de Zeus, el dios de la guerra, pues que en guerra estaban de continuo las ciudades griegas unas contra otras. Lo cual que, durante ese tiempo, cesaba toda actividad bélica para que los muchachos pudieran medir sus fuerzas con los adversarios. Mientras tanto, los ‘alcaldes’ aprovechaban para negociar.
Se me vino a las mientes, el otro día, al ver el patético rostro ensangrentado del pequeño Omran, recién rescatado de entre los escombros de Alepo, ciudad asolada por los bombardeos: lo hizo muy bien el barón de Coubertin, don Pedro. Lo hizo muy bien al resucitar los Juegos Deportivos que en la antigua Grecia se celebraban en Olimpia. Pero se le olvidó una cosa muy importante, ay: la Tregua Sagrada (también conocida como “paz olímpica”), que se llamaba así en honor de Zeus, el dios de la guerra, pues que en guerra estaban de continuo las ciudades griegas unas contra otras. Lo cual que, durante ese tiempo, cesaba toda actividad bélica para que los muchachos pudieran medir sus fuerzas con los adversarios. Mientras tanto, los ‘alcaldes’ aprovechaban para negociar.
Es que no me digan ustedes que no es bochornoso que, globalización televisiva mediante, en un mismo telediario te pongan al niño chamuscado, horror, y a continuación al atleta triunfante, o viceversa. La cosa no es nueva, claro. La primera vez que sufrí semejante vergüenza fue el día en que se inauguraba la Olimpiada de Barcelona. Aquel atardecer, a la misma hora en que cantaban Monserrat Caballé y Fredy Mercury, estaba siendo bombardeada con saña otra ciudad mediterránea y olímpica, Sarajevo, sede de los Juegos de Invierno 1984. Aquel día sentí mucha pena, en silencio, claro. Desde entonces, los Juegos Olímpicos para mí no existen: mientras no haya una tregua bélica, aunque no sea sagrada. ¿Tan difícil sería que todos los deportistas del mundo se declarasen ‘desertores’ unánimes hasta conseguir una tregua olímpica de todas las guerras? Ahí lo dejo.
Pero yo no he venido aquí a amargarles el domingo, aunque lo que viene a continuación también se las trae. Se trata de las explosivas declaraciones (búsquenlas en TV a la carta), de José Fernando, el hijo de Ortega Cano, sobre su relación con Michu. ¿Que no saben quién es Michu? Pues menos olimpiadas y más tiempo a las cosas importantes, que por algo salen en TVE, “Corazón, corazón”, y no presentadas por una señorita cualquiera, sino por una relumbrante profesional: la impar Anne Igartiburu, tan guapa como siempre, o más, luego de su feliz alumbramiento. Nada, que no hubo forma de sacarle ni una palabra a José Fernando acerca del hipotético (aquí no pega ‘presunto’) embarazo de Michu. Y mira que insistió el reportero. Total, que al hombre no le quedó más remedio que irse con el micrófono a otra parte: en cata de Guillermo, el cuchado de José Fernando, al cual persiguió, grabadora en ristre, hasta el mismísimo contenedor de la basura, oiga, que lo he visto yo con la bolsa de los desperdicios en la mano, y allí fue donde se produjo la gran noticia: “Michu no ha estado embarazada”.
¿Que dónde radica el drama? Se lo pueden imaginar: José Fernando, embarazada Michu o no, en sus impactantes declaraciones, a la pregunta del reportero sobre su intención de pasar junto a la joven el resto de su vida, respondió con la cabeza: sí. Pero resulta, ay, que Michu no es bien vista por la familia del viudo de La Más Grande, Rocío, o sea, que yo no sé si sería o no la más grande, pero cantar, cantaba como una diosa (ah, si Zeus hubiera sabido cantar).