Antes de nada, he de decirles que lo lógico habría sido que este escrito hubiera salido la semana pasada, recién muerto Leonard Cohen, pero la actualidad manda y era, por tanto, perentorio comentar el rutilante e ¿inesperado? triunfo de Donald Trump. Por cierto, he recibido cariñosa felicitación de Melania, dándome las gracias por lo bien que quedaban ella y su marido en mi columna del HOY. A mandar, señora. Quedan ustedes invitados a visitar Extremadura, una de las regiones más bellas del mundo.
Bueno, a lo que íbamos: que se ha muerto Leonard Cohen, un músico, poeta, cantante, enamorado de España, lo normal en cualquier persona de talento: si un extranjero no se enamora de España, digan conmigo que es un cerrojo de molde. Además de aquel guitarrista español que por casualidad encontró en su Canadá natal, que al poco acabaría suicidándose, el definitivo enganche español de Cohen fue Lorca, uno de los grandes portentos telúricos que de vez en cuando da este país, a uno de cuyos poemas, "Pequeño Vals Vienés", le pondría voz y música.
Pues bien, de eso precisamente quería yo hablarles, de los músicos que se atreven con los poetas consagrados, lo cual entraña un enorme riesgo, claro: no estar a la altura de las circunstancias, no sé si me entienden. Serrat, el genio sencillo, estuvo sublime con Antonio Machado y con Miguel Hernández: hoy nadie es capaz de leer el poema "todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar...", así como las "Nanas de la cebolla", sin que les suene por dentro la voz de Juan Manuel. Inténtenlo y verán. Sigamos con músicos y poetas.
Este verano, buscando algo en un pajar sin paja, habitado por miles de enseres olvidados y polvorientos, en el interior de un vetusto y desportillado radiocasete, me encuentro una cinta sin nombre que venturosamente aún estaba viva. Total que, puesta en otro aparato funcionante, comienzan a sonar canciones de Víctor y Ana, a cual más agradable, de hace casi treinta años (mis hijos relacionan cada viaje veraniego de su infancia con una determinada música), una de las cuales, la más bella de todas, cada vez que la escuchaba, quedábame impregnado de la potencia expresiva de uno de sus versos: "Golpes y resonancias de carne de molusco". Esto no lo ha podido escribir Víctor Manuel, me dije. En efecto, me pongo manos a la obra y me doy de bruces nada más y nada menos que con Federico García Lorca: "El nacimiento de Cristo", bellísimo, excelso, grandioso poema en el que al "Cristito de barro se la han roto los dedos".
Y aquí viene mi corolario. Nadie niega la inmensa altura artística de Leonard Cohen, pero les voy a decir una cosa, aquí entre nosotros: si Víctor Manuel hubiera nacido en Canadá, su "Nacimiento de Cristo" sería hoy tan mundialmente conocido como el "Pequeño Vals Vienés" de Cohen. Es tal el lirismo y la belleza musical con el que el poema lorquiano está tratado, que yo les aseguro que el resultado es una obra maestra. Atrévanse y verán.
(Post scriptum: no me quedo con las ganas de decirles a los muchachos de Podemos que, en tiempos de la II República, era muy difícil ver por la calle una bandera republicana. Me lo ha contado Julián Marías.)
Bueno, a lo que íbamos: que se ha muerto Leonard Cohen, un músico, poeta, cantante, enamorado de España, lo normal en cualquier persona de talento: si un extranjero no se enamora de España, digan conmigo que es un cerrojo de molde. Además de aquel guitarrista español que por casualidad encontró en su Canadá natal, que al poco acabaría suicidándose, el definitivo enganche español de Cohen fue Lorca, uno de los grandes portentos telúricos que de vez en cuando da este país, a uno de cuyos poemas, "Pequeño Vals Vienés", le pondría voz y música.
Pues bien, de eso precisamente quería yo hablarles, de los músicos que se atreven con los poetas consagrados, lo cual entraña un enorme riesgo, claro: no estar a la altura de las circunstancias, no sé si me entienden. Serrat, el genio sencillo, estuvo sublime con Antonio Machado y con Miguel Hernández: hoy nadie es capaz de leer el poema "todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar...", así como las "Nanas de la cebolla", sin que les suene por dentro la voz de Juan Manuel. Inténtenlo y verán. Sigamos con músicos y poetas.
Este verano, buscando algo en un pajar sin paja, habitado por miles de enseres olvidados y polvorientos, en el interior de un vetusto y desportillado radiocasete, me encuentro una cinta sin nombre que venturosamente aún estaba viva. Total que, puesta en otro aparato funcionante, comienzan a sonar canciones de Víctor y Ana, a cual más agradable, de hace casi treinta años (mis hijos relacionan cada viaje veraniego de su infancia con una determinada música), una de las cuales, la más bella de todas, cada vez que la escuchaba, quedábame impregnado de la potencia expresiva de uno de sus versos: "Golpes y resonancias de carne de molusco". Esto no lo ha podido escribir Víctor Manuel, me dije. En efecto, me pongo manos a la obra y me doy de bruces nada más y nada menos que con Federico García Lorca: "El nacimiento de Cristo", bellísimo, excelso, grandioso poema en el que al "Cristito de barro se la han roto los dedos".
Y aquí viene mi corolario. Nadie niega la inmensa altura artística de Leonard Cohen, pero les voy a decir una cosa, aquí entre nosotros: si Víctor Manuel hubiera nacido en Canadá, su "Nacimiento de Cristo" sería hoy tan mundialmente conocido como el "Pequeño Vals Vienés" de Cohen. Es tal el lirismo y la belleza musical con el que el poema lorquiano está tratado, que yo les aseguro que el resultado es una obra maestra. Atrévanse y verán.
(Post scriptum: no me quedo con las ganas de decirles a los muchachos de Podemos que, en tiempos de la II República, era muy difícil ver por la calle una bandera republicana. Me lo ha contado Julián Marías.)
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