Señoras y señores: o mucho me equivoco o estamos ante un estadista de talla excepcional. En primer lugar, no se es por casualidad un empresario de tan extraordinario éxito; ni tampoco se casa uno por casualidad con tres mujeres, sucesivamente, claro, a cual más espectacular: me habría parecido normal que una, o incluso dos, hubieran sido impresionantes vestales, pero que lo sean las tres, eso sólo está al alcance de los elegidos; ni tampoco, en fin, se llega por casualidad a ser presidente de los Estados Unidos, sin provenir de la casta (no de castidad, sino de la otra: la de Pablo I el Demagogo). Esas tres razones, juntas, y aún por separado, serían suficientes para que fuera verdad lo dicho más arriba: que, en contra de las muchas barbaridades que se han proferido sobre él, Trump no sólo no tiene un pelo zanahoria de tonto, sino que es poseedor de una mollera privilegiada. Aquí, entre nosotros: ¿ustedes creen que si Donald no fuese un hombre muy inteligente y con mucho sentido del humor (es lo que dicen todas las famosas), Melania se hubiese casado con él, por mucha riqueza que tuviere? Vamos anda.
En qué me baso para afirmar lo que he dicho, se preguntarán ustedes. Muy sencillo: en una simple frase de su primera declaración como presidente electo: "Quiero ser el presidente de todos los americanos" (hay que perdonarlos, a lo suyo le llaman América). Otro en su lugar hubiera dicho: "Quiero ser un buen presidente para los americanos que me han dado su confianza", dejando preteridos a los que le han dado la espalda electoralmente. Pero no, este hombre ha comenzado ya mismo a ejercer como gran estadista.
Lo suyo tiene, empero, un precedente, como tantos a lo largo de la historia, lo que no resta ni un ápice de trascendencia a sus palabras: tal vez lo contrario. Sin ir más lejos, todo el mundo conoce el "Cogito, ergo sum", de Descartes, y a nadie se le ocurre afearle que lo suyo fuese una copia de lo que siglos antes afirmase San Agustín, "Si fallor, sum": si me equivoco, existo. (Bueno, a este respecto habría que decir que a Descartes, y a San Agustín, se los cepilló a ambos un neurofisiólogo lusoamericano, Antonio Damasio, en su obra "El error de Descartes": "Existo, luego pienso", concluye el eminente científico.) ¿Que cuál es el precedente de lo de Trump? Aquí está. Una frase pronunciada por don Juan Carlos el día de su entronización, en la solemne alocución ante la imponente severidad de las Cortes: "Quiero ser el rey de todos los españoles". Dónde radica la inteligencia de Trump, se preguntará más de uno. Muy sencillo: en que siendo un simple empresario, se haya hecho eco del espíritu de todo un rey, cuyo árbol genealógico se pierde en la noche temporal de las monarquías. (Repárese: un presidente toma posesión; un rey es entronizado. Un rey hace una alocución; un presidente, una declaración.)
Abundando, en fin, en la grandeza de este hombre, me comentan que, luego de haber recibido felicitaciones de todos los poderosos de la Tierra, lo que verdaderamente le enterneció fue el telegrama de Carles Puigdemont. Por lo visto, se puso a llorar como un niño, al tiempo que preguntaba por dónde coños cae Catalunya.
En qué me baso para afirmar lo que he dicho, se preguntarán ustedes. Muy sencillo: en una simple frase de su primera declaración como presidente electo: "Quiero ser el presidente de todos los americanos" (hay que perdonarlos, a lo suyo le llaman América). Otro en su lugar hubiera dicho: "Quiero ser un buen presidente para los americanos que me han dado su confianza", dejando preteridos a los que le han dado la espalda electoralmente. Pero no, este hombre ha comenzado ya mismo a ejercer como gran estadista.
Lo suyo tiene, empero, un precedente, como tantos a lo largo de la historia, lo que no resta ni un ápice de trascendencia a sus palabras: tal vez lo contrario. Sin ir más lejos, todo el mundo conoce el "Cogito, ergo sum", de Descartes, y a nadie se le ocurre afearle que lo suyo fuese una copia de lo que siglos antes afirmase San Agustín, "Si fallor, sum": si me equivoco, existo. (Bueno, a este respecto habría que decir que a Descartes, y a San Agustín, se los cepilló a ambos un neurofisiólogo lusoamericano, Antonio Damasio, en su obra "El error de Descartes": "Existo, luego pienso", concluye el eminente científico.) ¿Que cuál es el precedente de lo de Trump? Aquí está. Una frase pronunciada por don Juan Carlos el día de su entronización, en la solemne alocución ante la imponente severidad de las Cortes: "Quiero ser el rey de todos los españoles". Dónde radica la inteligencia de Trump, se preguntará más de uno. Muy sencillo: en que siendo un simple empresario, se haya hecho eco del espíritu de todo un rey, cuyo árbol genealógico se pierde en la noche temporal de las monarquías. (Repárese: un presidente toma posesión; un rey es entronizado. Un rey hace una alocución; un presidente, una declaración.)
Abundando, en fin, en la grandeza de este hombre, me comentan que, luego de haber recibido felicitaciones de todos los poderosos de la Tierra, lo que verdaderamente le enterneció fue el telegrama de Carles Puigdemont. Por lo visto, se puso a llorar como un niño, al tiempo que preguntaba por dónde coños cae Catalunya.