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Iñaki a prisión

                                         

     Urdangarín ha caído, todo el mundo sabe cómo ha sido. Como estaba previsto, su esposa, hija y hermana de reyes, ha sido exonerada de la pena de prisión. Lo último no rima, pero así es. Lo cierto es que Iñaki, otro psicópata del dinero, ha sido condenado a seis años y pico a la sombra. Por seis delitos: prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencias y dos contra la Hacienda Pública, que hay que ver cómo son los señores magistrados. Con lo fácil que hubiera sido decir: ha sido condenado por robar mucho dinero. 
   Pues es el caso que los seis años a unos les parecen muchos, pero a casi todos les parecen pocos. Ante lo cual, yo digo: qué sabrán ellos, los muy ignorantes, lo que son seis años en prisión. Dijo Borges, el argentino más listo que ha dado Argentina (más que Maradona): “De niño, los días son como semanas; de viejo, las semanas son como días”. Se olvidó, ay, de los presos. Pero para eso estoy yo aquí, que por algo fui médico de la institución penitenciaria durante diez largos años. Admirado Jorge Luis, apunta esto que es bueno (así decía un profesor de Salamanca): un año en prisión, es como diez en libertad, como mínimo. O sea, que Iñaki ha sido condenado a sesenta años y pico. ¿Son pocos sesenta años? Vamos anda. Cuando, en primero de bachillerato, veía yo a los tiarrones de preu, tenía la sensación de que me faltaba una eternidad para llegar hasta donde ellos. Y eso fue lo que duró el bachillerato, una eternidad: más o menos el tiempo de condena de Iñaki. Lo que yo les diga.  
   Menos mal que tenemos el mejor sistema penitenciario que se haya inventado: hecho a la medida de las personas. Es que, aunque no lo parezca, los presos son personas (bueno, alguno tiene muy poco). ¿Blando? ¡Qué dices! Una noche llamaron al médico de urgencias para atender a un recluso (aún yo no tenía nada que ver con la casa), y dio la casualidad de que el médico de urgencias era yo. Todavía estoy contando los cerrojos que abrieron, con llave, hasta llegar a la enfermería, y los que cerraron hasta que pisé de nuevo la calle. Pues bien, ese número de cerrojos sigue siendo el mismo de antaño. Pero hay uno muy especial, ¡el de la propia celda! Fíjense si será horrenda la experiencia que, en prevención de lo peor, existe todo un protocolo para evitar el suicidio en los recién ingresados. Con eso está dicho todo.
  A la medida de las personas, sí. En efecto, existe una cosa que se llama “beneficios penitenciarios”, que son aplicados luego del más estricto seguimiento del interno, desde todos los ángulos posibles, entre los cuales es “conditio sine qua non” el buen comportamiento; de lo contrario el recluso se come toda la condena, grande o chica. Pues bien, dicho lo cual, como es de suponer que Iñaki se comportará como un señor, y como va a tener muy difícil la reincidencia (Mario Conde no es cuñado del rey), a no tardar mucho tiempo, acudirá a dormir a su casa, y a los cuatro días, le será concedida la libertad condicional. Y yo me alegraré mayormente por sus hijos.
   No obstante, el personal se quedaría más a gusto si devolviese todo lo robado.

     

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