Se me ocurrió el otro día, al ver a Artur
Mas encarado con los jueces. Adelante con el referéndum. Pero con una
condición: que durante los próximos cuarenta años, en las madrazas, púlpitos,
ikastolas, escuelas, periódicos, radios y televisiones catalanas (7 canales),
que en las últimas décadas se han dedicado en predicar el odio a España, dejen
de intoxicar/envenenar al personal y se limiten a trasmitir la verdad y nada más
que la verdad. Oiga, es que cuarenta años son muchos. Bueno, yo lo decía para
equilibrar la balanza. No obstante, me conformo con veinte, y si me apura usted,
con diez. ¡Diez años de “neutralidad”! Y luego, a quien Dios se la dé, San
Pedro se la bendiga.
“Vamos a meter en la cárcel a Jordi
Pujol”, dijo Alfonso Guerra cuando lo de Banca Catalana: don Jordi, un enfermo
del dinero (es una enfermedad, como la adicción a las drogas), se lo había
llevado a manos llenas. Felipe González, él sabrá por qué, paró la querella en
ciernes (todos tenemos un mal día) y allí empezó todo. Bueno, la verdad es que
la cosa había empezado tiempo atrás, cuando el bueno de Adolfo, sin diputados
suficientes, se vio obligado a pedir ayuda a los catalanes, como hiciera Felipe
cuando le tocó gobernar en minoría, y no digamos Aznar en su primera
legislatura. Y Zapatero, por supuesto. Pues bien, de todos aquellos coitos, perdón, polvos, proceden
estos niños envenenados de nacionalismo, o patriotismo, si bien a mí me da que
el patriotismo es un sentimiento más romántico que el nacionalismo, siempre excluyente,
aunque no faltó quien dijera aquello de que el patriotismo que es el último
refugio de los canallas. ¿Canalla Jordi Pujol? No sé, pero que es uno de los
tíos más malos que ha parido madre, junto con Arzallus, es algo que saben hasta
los afroamericanos, antes negros. En cualquier caso, algo tiene que haber: cuando
la querella, don Jordi no se atrevió a salir al balcón de la Generalitat a
pecho descubierto: el muy cobarde, salió envuelto en la señera, perdón, la
senyera, y repartió su latrocinio (vulgo robo) entre todos los catalanes. Total,
que desde aquel día el nacionalismo no ha hecho otra cosa que hacer de las
suyas: “España nos roba”, ha sido su lema y su mantra. Y la paulatina exclusión
del español de todos los niveles de la enseñanza y de casi todos los medios de
comunicación, su arma más poderosa.
Sí, ya sé que Ortega (y Gasset; no el
“suegro” de Michu) dijo que lo de Cataluña, perdón Catalunya (se entera Vázquez
Montalbán, charnego con complejo de emigrante, y me cruje desde el cielo
comunista), les iba diciendo que Ortega dijo que lo de Cataluña no tiene
remedio. Pues mira tú por dónde, con todos los respetos para don José, con todo
lo listo que era, me da a mi como la sensación de que, si después de cuarenta
años de venenosa siembra antiespañola, aún no es seguro que hoy el referéndum
lo ganasen los independentistas, con diez años de “normalidad”
informativa/educativa, estoy vivamente persuadido (copiado a Julián Marías) de
que la consulta la ganarían los españolistas.
Por supuesto, como sucedió en Quebec, a los
pocos años volverían a dar la tabarra, y, como en Quebec, volverían a perder. Y
así, hasta que se aburrieran. Como en Quebec.