Dijo Isaac Asimov que sólo reconocía dos inteligencias superiores a la suya: la de Carl Sagan y
la de otro que no me acuerdo. Pues bien, ese hombre tan inteligente fue el que me metió el
veneno de la cosmología en el cuerpo, asombroso "Cosmos": de la cosmología en general y de la
astronomía en particular. Y al mismo tiempo, me "colocó" en el universo: soy uno de los siete mil
millones de seres pensantes, evolución mediante, que, en este ratito de la historia del mundo
viven en el único planeta habitable de los que orbitan alrededor del padre Sol, una estrella
normalita entre las cientos de miles de millones que forman la Vía Láctea, que a su vez es una de
las cientos de miles de millones de galaxias que integran el universo conocido. He dicho conocido.
Una vez envenenado por Carl Sagan, entre Einstein y Stephen Hawking acabarían de rematarme.
Lo cual que, en cuanto aparece una noticia relacionada con el particular, me voy tras ella como
un chivo tras el cuenco de leche. Verbigracia: "Descubiertos siete planetas del tamaño de la
Tierra, alrededor de una estrella que se encuentra a cuarenta años/luz. Tres de ellos tienen agua".
La noticia es de la NASA, de esta semana. Leer eso y acordarme de Carl Sagan y de su programa
SETI, es todo uno. SETI (en inglés) es el programa auspiciado por Sagan, claro, para la búsqueda
de inteligencia extraterrestre. He ahí el brindis al Sol.
¿Quiere usted decir que no hay vida inteligente fuera de la Tierra?
Qué va, hombre, qué va. Vida inteligente y de la otra puede haberla a mansalva, repartida por
tan inconmensurable cosmos (les recuerdo que las leyes físicas son las mismas por todas partes),
pero son tan inimaginables las distancias, que a la hora de la verdad es como si estuviéramos
solos en la inmensidad. Circunscribiéndonos a nuestro patio de vecindad, que llamaba Sagan a la
Vía Láctea, un rayo de luz tarda cien mil años en ir de punta a punta de la misma. El sistema de
los siete planetas recién descubiertos se encuentra ahí al ladito: a tan sólo cuarenta años/luz; ergo
llegar a ellos tiene que estar chupao". ¡Sí, sí! Con la tecnología actual, ¿a que no se imaginan
cuánto tiempo tardarían los astronautas terrestres en llenar los cántaros de agua en uno de los
planetas recién descubiertos? Trescientos mil años. Como se lo cuento. Pero hombre, si a la
estrella más cercana, Próxima Centauri, que se encuentra a menos de cinco años/luz, se tardarían
unos treinta mil años.
Mas no crean que me siento entristecido por nuestra "soledad". Ni hablar, me siento muy
contento: porque me ha sido concedido el privilegio "divino" de contemplar el prodigioso milagro
de la existencia del universo y, ya de camino, poder reflexionar siquiera un poquito sobre otro
milagro: la materia devenida en consciencia (¡la que me permite estas reflexiones!).
Hablaban los clásicos de la música de las esferas celestes: el silencio. Ellos no sabían, los
pobres, que la música de las estrellas sería la que Vangelis compondría para el "Cosmos" de Carl
Sagan, escuchando la cual me gustaría devolver al cosmos mis átomos prestados. ("Perdón por la
ausencia de tristeza", que no hubiera dicho nunca Luis Cernuda).