Tuve yo un amigo (se me murió) que, ni
siquiera en los muy dramáticos momentos (e incluso trágicos) que hubo de vivir,
y fueron muchos, perdió jamás la compostura. Era, sí, una persona excepcional.
Amable, sensato, moderado, generoso, educado: un caballero verdadero. Se pueden
ustedes imaginar lo que supuso para mí verlo con la cara desemblantada, profiriendo
insultos y amenazas, tal que un hooligan cualquiera. Ahí quería yo llegar: es
que la escena tuvo lugar a orillas de un partido de fútbol rural en el que uno
de los contendientes era su hijo adolescente (por aquellos días, el padre de
otro muchacho, arrancó el banderín del córner y salió corriendo tras el
árbitro; pero aquél había nacido con una tara gravísima: energumenismo
congénito). ¿A que ya saben a donde quiero llegar?
En
efecto, a la bochornosa pelea barriobajera que tuvo lugar, no ha muchas fechas,
en un lugar de Mallorca, entre los padres de niños que jugaban al fútbol. Qué
vergüenza. Aunque, a decir verdad, la noticia no me sorprendió nada, lo que se
dice nada, pues que uno ya tenía el asunto en los calcañales, o sea, que lo ha
visto repetido en múltiples ocasiones: uno, como casi todos, jugó al fútbol
cuando muchacho (el más alacre lateral derecho que vieran los siglos) y tengo
memoria. Dicho de otra manera: lo de Mallorca no es nuevo, ni mucho menos, lo único
que lo hace diferente es que fue grabado por una cámara.
De un
tiempo a esta parte, vengo diciendo en estas páginas que los del fútbol nos
llevan de cabeza a Atapuerca. Pero parece que me he quedado corto: los de la
sierra burgalesa ya eran unos hombres hechos y derechos -género “homo”- y con
mucho pelo en el pecho. Resulta que el otro día, me encuentro con que un señor
muy listo, Schopenhauer se apellidaba (con ese apellido, así cualquiera), va y
me deja con las posaderas al aire: “el hombre no viene del mono, sino que va
hacia el mono de forma inexorable” (por si alguien piensa que me lo he
inventado, mando foto de la cita al periódico).
Es que es tal la invasión futbolera que
estamos sufriendo ya, y lo que te rondaré, morenaza, que, entre la alalia de
los futbolistas (hipotrofia del área de Broca: nada que ver con las áreas que
hay delante de las porterías) y la huera y vocinglera logorrea de los locutores
y comentaristas de radio y televisión, acabaremos en la “inexorable” regresión
antropológica.
¿Que exagero? De eso ni hablar. La cosa ya ha
empezado. Una: los hinchas (seguidores es un halago) del Coruña y del Atlético
de Madrid se citaron un mal día para zurrarse a modo. Resultado: un muerto, Jimmy
se llamaba. Dos: tiempo atrás, un seguidor de la Real Sociedad murió apuñalado
en las inmediaciones del Vicente Calderón. Eso es sólo la punta del iceberg,
claro: ¿les suenan los partidos de alto riesgo?, ¿o me los he inventado yo? Como
no podía ser de otra manera, ambos homicidios, como hechos puramente deportivos
que son, ¿o no?, los hicieron suyos los comentaristas del fútbol, y tal que si
de un ‘partido del siglo’ se tratase, le dedicaron horas y horas. Pa matarlos.
Luego no me digan que no les avisé a tiempo. Oiga,
que lo dijo Schopenhauer.