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Cuando yo sea alcalde

                                          CUANDO YO SEA ALCALDE
                                  
                                                Agapito Gómez Villa

   Fue el caso que, de viaje por el País Vasco (creo que en el XIX), un norteamericano de cuyo nombre no puedo acordarme, quedó tan impresionado por el territorio y sus gentes, que lo puso por escrito. Pues bien, los vascos, que no necesitan abuela, erigieron un monolito a tan laudatorio texto, y allí lo tienen ustedes en pleno centro de Bilbao. Fue el caso, asimismo, que en los años sesenta del XX, un genio visitó Cáceres: “El hombre más inteligente que he conocido en mi vida”, según Umbral, y Umbral no era manco a la hora de conocer al personal. Aquel hombre tan inteligente, ingeniero, filósofo, escritor, profesor, editor…, que hablaba todos los idiomas modernos y conocía vivamente las lenguas ‘muertas’, quedó tan fascinado por nuestra ciudad, ignota en aquellos tiempos, que la pondría la primera: “Maravillas de Cáceres, Trujillo y Salamanca”. Estoy hablando de ‘mi’ maestro Salvador Pániker, que se me acaba de morir el otro día. Sus palabras tienen más valor aún si tenemos en cuenta que nuestro hombre había viajado ya por medio mundo, la India incluida, adonde peregrinó en busca de la familia de su padre, indio de nacimiento: por si le faltaba algo, aprendió sánscrito, “el idioma más bello del mundo”, para entender mejor la cultura de sus ancestros paternos (su madre era catalana).
    “Maravillas de Cáceres, Trujillo y Salamanca”. Lo tengo escrito en estas páginas, por activa, pasiva y perifrástica, una docena de veces, como mínimo, y siempre con la misma cantinela: que lo entrecomillado debiera/debería figurar en una lápida (“eso pide mármol”, dijera el gran Carlos Herrera), en el frontispicio de la ciudad monumental cacereña, así como en algún lugar destacado de la grandiosa plaza mayor de Trujillo (los salmantinos tienen, siglos ha, lo de Cervantes en una lápida). Ya ven el caso que me han hecho. Tiempo les hubiera faltado a los vascos para ponerlo en letras de oro (en cuanto yo tome posesión de la alcaldía cacereña, será lo primero que haga; ya lo verán).
  Oiga, es que no estamos hablando de un simple hombre de talento: estamos hablando de un genio. ¿Que por qué Pániker es un genio? Un genio es un señor que predice, un suponer, la existencia de las ondas gravitatorias, Einstein, y un siglo después van y las descubren. O el que dice, Valle-Inclán, que “las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”, y un siglo más tarde lo demuestra la neurofisiología (Antonio Damasio). Pues bien, en esa longitud de onda se movía nuestro egregio visitante: “Para que dos personas se entiendan, se necesita un metalenguaje previo”. Toma ya. Medio siglo después, un señor descubre las “neuronas espejo” (Nobel de medicina), esa maravilla de la evolución, presente en los seres neurológicamente ‘maduros’, y que, en los humanos, además de herramienta princeps para el aprendizaje por imitación, son el soporte del “metalenguaje previo” de Pániker, la empatía, esa cosa que, cuando falta, no hay manera de ‘entenderse’ con el otro. 
  (Post scriptum: por culpa de las “neuronas espejo”, estoy muy apenado por lo de Paula Echevarría. A ver qué hombre la va a querer ahora, casada que ha estado ya, con lo guapita que es la pobre: la tendremos que ‘arrecoger’ en casa, que tengo yo un hermano soltero al que no le importaría.)   


    

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