Pues bien, dicho lo cual, puedo afirmar y
afirmo (es en homenaje al gran Adolfo Suárez y su “puedo prometer y prometo”, cuadragésimo
aniversario), que si hay un profesional desaprovechado en el mundo de la
medicina es el médico de cabecera, o de familia, o de atención primaria. Me
explico.
En mis tiempos, una vez aprobada la última
asignatura, te presentabas en la oficina de turno y con el fonendo como arma
única, pedías un pueblo, y una vez asignado el mismo, en el ‘Seguro’ de
entonces te proporcionaban la munición: los talonarios de recetas. Y a rezar,
el que supiera. Venturosamente, pronto sería creada la especialidad de Medicina
de Familia: tres años de formación, luego ampliados a cuatro. Y hete aquí que
ya tenemos a unos profesionales a los cuales se les puede decir con solemnidad
bíblica: “Id y predicad por todo el mundo el evangelio de la medicina”.
Efectivamente. Durante esos cuatro años, los
jóvenes doctores han de pasar por todas las especialidades, sin excepción, de
modo y manera que, al término de ese tiempo, se encuentran en condiciones de
resolver/orientar todas las patologías que se les puedan presentar, de ahí que
me atreva a afirmar con absoluta rotundidad una frase que pide mármol: el médico
de familia tiene conocimientos más que suficientes para acabar con las listas
de espera no quirúrgicas. Lo que yo les diga. Y por supuesto, con las listas de
cirugía menor, si se le proporcionase el material necesario, claro es: no se
olvide que el título reza “Licenciado en Medicina y Cirugía”.
¿Por qué no es así?
Y aquí viene la madre del cordero. ¿Se
imaginan ustedes al arquitecto excavando los cimientos, haciendo el encofrado,
colocando los ladrillos, luciendo las paredes, poniendo los suelos y el alicatado
y al final de la jornada lavando las herramientas? Mismamente el médico de
cabecera. ¿Que estoy exagerando? Ahí van algunas ‘exageraciones’: el médico de
familia tiene que dedicar su tiempo a recetar pañales; el médico de cabecera tiene
que dar la baja laboral a los pacientes que están o han estado ¡ingresados en
el hospital¡ (le sucedió a mi hija en el Infanta), y hacer las recetas que otro
especialista no ha querido hacer, y rellenar los partes de ambulancia de visitas
programadas por otros... A lo anterior, añadan lo que sigue: “que vengo a por
un justificante porque ayer no pude ir a trabajar”, o “… porque el niño no pudo
ir al colegio”, o “un certificado para un curso de...”, o “para un trabajo que
me han dado en la Junta”,… y verán en qué condiciones mentales queda el médico para
centrarse, lo que se dice centrarse, como Hipócrates manda, en el dolor
torácico del paciente siguiente.
Señores del SES, ustedes mismos.