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Ignacio y Amancio

Supongamos que hubiera sucedido al revés: que lo acontecido con Ignacio Echeverría en Londres, le hubiese pasado a un joven inglés en Madrid. Me refiero, claro es, a los interminables/ inexplicables días que las autoridades británicas han tardado en informar sobre el trágico final del muchacho español, apuñalado por los asesinos yihadistas, la noche londinense de los cuchillos largos. Como un poleo nos hubieran puesto. Afortunadamente, en España hacemos las cosas mejor: aquel infausto 11-M (aún sin aclarar), por la noche ya estaban identificados los 192 cadáveres, muchos de los cuales quedaron literalmente destrozados. Ni en el tercer mundo lo hubiesen hecho peor que los británicos. Ignominioso lo suyo, a todas luces. Dicho lo cual, dejo el asunto aquí. No quiero envenenarme más. De lo contrario, sería incapaz de pasar al punto siguiente, y mucho menos teniendo que hablar de Gila.
    Como saben, Amancio Ortega ha donado más de cincuenta mil millones de pesetas (en euros se quedan en `na`) a la sanidad pública española, mayormente para el diagnóstico y tratamiento del cáncer. Pues bien, es el caso que algunos profesionales de la llamada Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de ciertas Comunidades Autónomas (Aragón, País Vasco, Las Canarias, Galicia) han dicho que no quieren limosnas de nadie. Con un par. Y aquí es donde entra el gran Miguel Gila y su tía la solterona. La tía solterona de Gila tenía por costumbre asistir a todas las bodas del pueblo, y en el momento en que el sacerdote preguntaba a la novia si aceptaba por esposo a Fulanito, antes de que la moza dijera "sí", la solterona saltaba desde atrás: "¡Si no lo quiere, pa mí!". Eso mismo, justamente, es lo que les diría yo a los que rechazan la limosna orteguiana: ¡Si no queréis el dinero, pa mí!, quiero decir para la sanidad extremeña. Unos diez mil millones. ¿Se imaginan a qué destinaría tantísimas pesetas? En efecto, con semejante montón, acabaría en cuatro días el nuevo hospital de Cáceres, que lleva trazas de ser viejo antes de la inauguración, y con el dinero sobrante, si sobrase algo, compraría el mejor dispositivo para luchar contra el cáncer, primum movens de la donación, al fin y a la postre: un aparato que impidiese fumar (una especie de descarga eléctrica), a menos de un kilómetro de todos los hospitales regionales. ¿Que ese dispositivo no existe? Tranquilos. De aquí a la inauguración, ya se daría maña alguien de inventarlo, previo abundoso pago de su importe. ¿Ustedes creen que, una vez finalizadas las obras, se notaría mucho que el empujón definitivo se le dio con dinero de Amancio Ortega? Yo pienso que no.
    Y ahora viene el corolario. No hay cosa más fea que una persona desagradecida. De ahí que de toda la vida se haya dicho que de bien nacido es ser agradecido. Pues bien, ¿qué mejor manera de agradecer tan gloriosa donación que ponerle al hospital el nombre del hombre que propició el "hospitalario" milagro? "Hospital Amancio Ortega" no estaría mal. Pero yo voy un paso más adelante: ¡"Hospital Amancio Zara"! Con lo cual, mataría dos pájaros de un tiro, con perdón: agradecimiento al señor que propició el generoso regalo y, al mismo tiempo, merecida publicidad a la firma comercial donde todo nació. Sería lo menos. Vamos, digo yo.

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