El otro día, Gabriel Rufián Romero exhibió en el Congreso unas esposas (de las de esposar: en España no existe la poligamia). Semanas atrás, sacó del pupitre una impresora. ¿La próxima vez? Diputado a Cortes por Esquerra Republicana de Cataluña, Gabriel es un independentista congénito, o sea, de los que odian a España sin saber por qué. En efecto: por qué, -se preguntará más de uno-, si sus padres y abuelos nacieron todos en Andalucía: unos en Jaén, otros en Granada. ¡Por eso, precisamente! Síganme.
No estoy seguro, pero bien pudo ser Luis Cernuda el que habló de "la cultura que entra por los pies". El poeta se refería, claro es, al poso cultural (cultura no académica, claro) que los siglos han ido depositando en su tierra andaluza. Pues bien, si la cultura puede entrar por los pies, ¿no sucederá algo parecido con las ansias de independencia? Hombre, claro: con más razón. Veamos. De qué tiene cara Gabriel, ¿de moro o de cristiano? Salta a la vista. Imagino el poso/pozo de odio que hubo de dejar en sus antepasados el ver sometidos sus reinos por las espadas cristianas. ¿Que no? Les recuerdo que, así como la Cataluña de Gabriel nunca existió como reino, sí lo fueron las tierras donde nacieron sus parientes: Jaén fue la capital de un importante reino moro, y no digamos Granada, último y esplendoroso bastión del islam peninsular. Mucho tuvo que ser, pues, el sufrimiento de aquellas gentes (con Boabdil se fueron cuatro gatos), al ver pisoteadas su religión y sus costumbres, por unos individuos zafios, torvos, sucios, adoradores de Cristos sangrantes, en templos oscuros y tenebrosos: lean "El manuscrito carmesí", de Antonio Gala, y entenderán lo que les acabo de decir.
Convencido estoy, pues, de que aquel amargo sentimiento de sometimiento se fue trasmitiendo, "inconsciente colectivo" mediante, de generación en generación, hasta eclosionar en la persona de Gabriel. Dicho de otra manera: Gabriel hubiese sido independentista en cualquier otro lugar de España: en La Rioja, en Asturias, en Cantabria, etc. No lo puede remediar: lo lleva en el ADN, que dicen los que no sabe qué es el ADN. En nuestra tierra, habría sido el líder indiscutible del extinto y glorioso movimiento soberanista, Bloque Popular de Extremadura, cuyos acólitos escribían en las paredes "País Extremeño Libre". Toma ya. A nosotros, nos habría venido de perlas: con Gabriel como ariete, tiempo ha que tendríamos un tren como Dios manda. Gabriel hubiera roto cristales, como Ibarra, pero de los coches de los ministros. Así se hubieran cuidado de no engañándonos como a niños.
En fin, que Gabriel es un joven inocentón, estigmatizado por el peso de la historia, aunque él no lo sepa. Es como aquel muchacho torpón y noblote al que se le decía: "¿A que no eres capaz de mearle la puerta a doña Rosario?". Dicho y hecho. Y todos nos reíamos mucho. Es un "primo de Zumosol", pero en gamberro. Y ésa es, precisamente, la función que Gabriel cumple como diputado: soltar exabruptos, hacer gamberradas, lo que le mande Tardá.
Primero fue la impresora; después las esposas. Me apuesto lo que quieran a que la próxima vez será una pistola, y luego una metralleta. Y no me extrañaría nada que un día se pusiera a mear en la tribuna del Congreso.