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Un tren como Dios manda

                                                       
                                              UN TREN COMO DÍOS MANDA

    Agapito Gómez Villa

    Con todos los respetos para los organizadores de la manifestación que tendrá lugar en Madrid el próximo sábado, 18 de los corrientes, "por un tren digno" para Extremadura, un servidor habría puesto un lema más a ras de tierra, que es por donde suelen circular los trenes. Éste: "Por un tren como Dios manda", ¿Ustedes se imaginan a dos viejos comentando, algún siglo de éstos, al paso del tren nuevo: "Eso es un tren digno"? ¡Vamos anda! ¿Que qué es lo que dirían? Lo que se ha dicho de toda la vida: "Eso es un tren como Dios manda". Es que lo contrario de digno es indigno, y no veo yo al personal al que se le acaba de averiar el tren en mitad del campo (a mí me tocó hace un par de años), mascullando entre blasfemias: "¡Esto es un tren indigno!". "¡Esto es un tren zarrio!", dijimos en la ocasión, vocablo de origen vasco que viene en el diccionario.
    Y luego está lo otro. Imaginemos a una nutrida representación de extremeños indignados, ante el ministro del ramo. "Decidme vuestras mercedes, cuáles son vuestras pretensiones". "Queremos un tren digno, señor ministro". "De eso no tenemos". "Es que éste no sabe, señor ministro. Lo que queremos es un tren como Dios manda" "Ah, eso ya es otra cosa".
    Son tantos los artículos que le he dedicado al particular, que he llegado agotado a la recta final (lo mismo que con los incendios forestales). Escritos de todos los colores, pero siempre con un común denominador: nunca vi yo clara la virtualidad de un AVE para/por Extremadura (y sobre todo desde que Portugal se `bajó` del tren), y sí la necesidad de un tren digno, perdón, perdón, de un tren como Dios manda. Aquellos míticos y emblemáticos 300 km/hora me parecieron siempre una exageración, que a esa marcha ni te da tiempo de contemplar el bellísimo paisaje de nuestra región, tanta prisa ni tanta leche. Desde el primer momento (perdón, desde el minuto cero), me conformé con una velocidad moderadita, 200 o algo así, pero sin tanta paradiña rural y decimonónica; y un tren como Dios manda, claro.
   Hasta aquí lo del tren, vía de comunicación y desarrollo, tan imprescindible como perentoria.
   ¿Y qué me dicen de las carreteras? Más sencillo: de una carretera. Ésa en la que están ustedes pensando. Es tan llamativa la situación, que a uno de fuera (tan de aquí ya), le ha servido como paradigma para hablarles a sus paisanos de Asturias de las enormes diferencias entre las infraestructuras de la esquilmada Cataluña y la esquilmadora Extremadura: "Para ir de Cáceres a Badajoz, hay que circular por una carretera convencional". Lo dijo hace unos días el célebre y celebrado profesor Moradiellos. A propósito de asturianos: hace medio siglo, lo primero que hicieron fue unir mediante autovía sus dos ciudades más importantes: Oviedo y Gijón. En nuestro caso, arguyen los entendidos que no hay tráfico suficiente entre Badajoz y Cáceres que justifique la construcción de una autovía. ¡No me digan! Señor Ibarra, ¿lo tenía, acaso, la que va de Navalmoral a la raya de Portugal?
  En fin, que siendo muy importante lo del tren, que lo es, también lo es, si no tanto, la autovía entre nuestras capitales, señor Fernández Vara.
 

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