SAN BLACK FRAILE
Agapito Gómez Villa
Confiado en la "calidad de página", que acertadamente idease Julián Marías, o "la belleza del texto", de Roland Barthes, tanto da, por enésima vez abro a Neruda, "Confieso que he vivido", por cualquier parte, y me encuentro con su amiga Nancy Cunard, cuyo apellido se lo puede usted encontrar en cualquier agencia de viajes, desheredada que fuera de tal imperio/emporio naviero, por escaparse (engolfarse, decía mi madre), con un musicante negro, años veinte, siglo XX. Total que, a las primeras de cambio, me topo con unas palabras en inglés: un poema de Lewis Carroll. Vaya por Dios, me digo: ha tenido que ser hoy viernes. Pero inmediatamente perdono al gran poeta, pues que, o mucho me equivoco, o dichas palabras inglesas son las únicas que dejase escritas en toda su vida, en toda su obra, que en él son la misma cosa. Es que estoy hasta la coronilla (léase lo otro) de tanto inglés, cuando se habla o escribe en español. Oiga, en español. Y no lo digo mayormente por el "San Black Fraile", o como se diga eso, que se han inventado los comerciantes, no.
Que sí, que estoy de acuerdo en que el inglés es el latín de nuestro tiempo, que dijera Lázaro Carreter. Que sí, que hoy día es una herramienta imprescindible, mayormente para tres cosas: la ciencia, los negocios, los viajes. Pero ya está bien de emponzoñar de extranjerismos uno de los idiomas más hablados del mundo, en el cual están esculpidas obras cumbres de la cultura universal, oiga, universal.
Dicho lo cual, me llena de orgullo y satisfacción (de qué me suena eso), haber dedicado en estas páginas, encendidas invectivas (o dicterios) al particular, mucho antes de que José María Íñigo, que habla inglés desde la televisión en blanco y negro, dedicase una parcela del programa de Pepa Fernández, "¡Hablemos español, leches!", a combatir a los cretinos que te asestan cuatro palabras en inglés en cuanto te descuidas. He dicho cretinos, y me reafirmo: cuanto más nos alejamos del cretinismo, menos anglicismos. ¿Que no? Dígame cuántos aparecen en Miguel Delibes, o en Cela, o en García Márquez, o en el propio Neruda. Decía mi maestro de las matemáticas y de tantas cosas, Miguel Antonio Esteban, que la regla de tres es la regla de los tontos. Bien podría decirse lo mismo de los susodichos cretinos: el inglés es el recurso de los tontos, cuando se habla o escribe en español, claro.
"El peor enemigo es la estupidez", decía uno de mi quinta el otro día: Pérez-Reverte. Estoy de acuerdo contigo, Arturo, aunque, a decir verdad, yo hubiera dicho la idiocia, o sea, la idiotez de toda la vida, que no es lo mismo, aunque lo parezca, que por algo existe la "idiocia fenil-pirúvica" (a la Wikipedia) y no la estupidez del mismo apellido, según aprendiéramos en Salamanca. Es que si hay una palabra que le viene al pelo a los que nos apedrean con el inglés es idiotas. Bueno, y también imbéciles, cretinos, memos, majaderos, tontos, retrasados, acomplejados, estúpidos, analfabetos, etc., (lo de acomplejados y analfabetos va por los publicistas de coches y colonias).
No se ponga usted así, don Agapito, que le va a dar algo.
Pero no sabe usted lo a gusto que me quedo. ¡Que aprendan español, leches!
Agapito Gómez Villa
Confiado en la "calidad de página", que acertadamente idease Julián Marías, o "la belleza del texto", de Roland Barthes, tanto da, por enésima vez abro a Neruda, "Confieso que he vivido", por cualquier parte, y me encuentro con su amiga Nancy Cunard, cuyo apellido se lo puede usted encontrar en cualquier agencia de viajes, desheredada que fuera de tal imperio/emporio naviero, por escaparse (engolfarse, decía mi madre), con un musicante negro, años veinte, siglo XX. Total que, a las primeras de cambio, me topo con unas palabras en inglés: un poema de Lewis Carroll. Vaya por Dios, me digo: ha tenido que ser hoy viernes. Pero inmediatamente perdono al gran poeta, pues que, o mucho me equivoco, o dichas palabras inglesas son las únicas que dejase escritas en toda su vida, en toda su obra, que en él son la misma cosa. Es que estoy hasta la coronilla (léase lo otro) de tanto inglés, cuando se habla o escribe en español. Oiga, en español. Y no lo digo mayormente por el "San Black Fraile", o como se diga eso, que se han inventado los comerciantes, no.
Que sí, que estoy de acuerdo en que el inglés es el latín de nuestro tiempo, que dijera Lázaro Carreter. Que sí, que hoy día es una herramienta imprescindible, mayormente para tres cosas: la ciencia, los negocios, los viajes. Pero ya está bien de emponzoñar de extranjerismos uno de los idiomas más hablados del mundo, en el cual están esculpidas obras cumbres de la cultura universal, oiga, universal.
Dicho lo cual, me llena de orgullo y satisfacción (de qué me suena eso), haber dedicado en estas páginas, encendidas invectivas (o dicterios) al particular, mucho antes de que José María Íñigo, que habla inglés desde la televisión en blanco y negro, dedicase una parcela del programa de Pepa Fernández, "¡Hablemos español, leches!", a combatir a los cretinos que te asestan cuatro palabras en inglés en cuanto te descuidas. He dicho cretinos, y me reafirmo: cuanto más nos alejamos del cretinismo, menos anglicismos. ¿Que no? Dígame cuántos aparecen en Miguel Delibes, o en Cela, o en García Márquez, o en el propio Neruda. Decía mi maestro de las matemáticas y de tantas cosas, Miguel Antonio Esteban, que la regla de tres es la regla de los tontos. Bien podría decirse lo mismo de los susodichos cretinos: el inglés es el recurso de los tontos, cuando se habla o escribe en español, claro.
"El peor enemigo es la estupidez", decía uno de mi quinta el otro día: Pérez-Reverte. Estoy de acuerdo contigo, Arturo, aunque, a decir verdad, yo hubiera dicho la idiocia, o sea, la idiotez de toda la vida, que no es lo mismo, aunque lo parezca, que por algo existe la "idiocia fenil-pirúvica" (a la Wikipedia) y no la estupidez del mismo apellido, según aprendiéramos en Salamanca. Es que si hay una palabra que le viene al pelo a los que nos apedrean con el inglés es idiotas. Bueno, y también imbéciles, cretinos, memos, majaderos, tontos, retrasados, acomplejados, estúpidos, analfabetos, etc., (lo de acomplejados y analfabetos va por los publicistas de coches y colonias).
No se ponga usted así, don Agapito, que le va a dar algo.
Pero no sabe usted lo a gusto que me quedo. ¡Que aprendan español, leches!