Justo por estos días, febrero 1983, se cumplen siete quinquenios de mis primigenios escarceos en estas páginas, “Cartas al director”, de tan gratísimo recuerdo. He durado tanto, por dos razones: la primera y fundamental, porque los directores, a los cuales doy las gracias, han tenido la paciencia de aguantarme (“periodista es el que quiere el director”, dijera Umbral, aunque yo sólo me considero un modesto columnista), empezando por don Teresiano, que me recogió de la calle, y acabando por don Ángel Ortiz; y segundo, porque se me ha permitido escribir de todo lo que se mueve, ejemplo de lo cual es el tema de hoy.
A lo que vamos.
A pesar de mi pasión por la música, esta vez no he seguido Operación Triunfo ‘avant la lettre’: me empalaga tanta ñoñería. Ítem más: cuando me enteré de que el director musical del evento, el tal Manu Guix (la única palabra que maneja con soltura es ‘guay’) había puesto a caer de un burro al Jefe del Estado, cuando don Felipe le echó el alto al independentismo, eso ya fue el ‘arremate’. Pero claro, tratándose de música, tarde o temprano tenía que cumplirse lo de Cela: “No creo en los genios anónimos”. ¡Si lo sabría él, que era el patrón de todos ellos! Era muy difícil, con perdón, que a mí se me escapase un genio de esta especie. Total, que cuando me enteré del resultado final del concurso, le dediqué unos minutos a la ganadora, y me lleve la gran sorpresa, ay. Por si faltaba algo para el euro, va mi hijo, que ha nacido con las antenas cerebrales orientadas hacia las notas musicales, y me dice: “Busca a Amaia en YouTube”. Bendita la hora.
Dice Dani Martín que la primera vez que escuchó a Amaia, tuvo la misma sensación que el día que vio a Pablo Alborán: “Esta chica tiene algo especial”. En mi navegación por YouTube, cuando escuché las palabras de dicho cantante, un chico listo, yo ya había sido cautivado por la magia de Amaia, sobre todo, en la media hora que se los ve a los dos, a solas en una habitación: el piano y ella (¡la niña también toca el piano!). Mas hete aquí que, buceando en las profundidades, cuando menos lo esperaba, me encontré con la primera perla, la prueba definitiva de que estamos ante una joven genial: una Amaia de trece años, interpretando, guitarra de ‘juguete’ entre las manos, la maravillosa “Here comes the sun” de los Beatles, más bien de G. Harrison: al fondo, un Miguel Bosé boquiabierto. Imposible una interpretación más extraordinaria: tanta seguridad, tanta personalidad, tanto aplomo, tanta gracia, tanto desparpajo, en una persona tan joven. Por si eso no fuera suficiente, unos metros aguas abajo me topé con otra perla asombrosa: Amaia con sus trece cantando “Let it be", misma personalidad, misma seguridad, mismo aplomo, misma voz, tan bella. En dos palabras: una maravilla de criatura. De vuelta a la superficie, ya no me sorprendió su interpretación de “Across the universe”. Ni tan siquiera la apoteósica “Shake it out”.
O mucho me equivoco, o estamos ante la Lady Gaga de esta parte del océano Atlántico. Oiga, Lady Gaga: voz sin límites, piano ‘de’ Elton John, y en la boca el corazón. He dicho.