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LITIO: TERCER ENCUENTRO

                LITIO: TERCER ENCUENTRO

Agapito Gómez Villa

     Hidrógeno, Litio, Sodio, Potasio, Rubidio, Cesio y Francio. Ese fue mi primer encuentro con el litio, columna primera del sistema periódico, química de preu. El segundo tendría lugar seis años después, en Salamanca, clase de Psiquiatría, profesor López-Ibor: tratamiento de los trastornos bipolares (incontables las recetas que uno ha hecho de dicho producto). El tercero y definitivo sería consecuencia de mi insaciable afán de ‘viajar’ por todo el mundo, magnífico documental de la tele (la tele de vez cuando no echa basura infecta), allá por los Andes bolivianos, a cuatro mil metros de altura: una interminable llanura, blanca como la patena, un mar interior desecado por los siglos, primo hermano del mítico lago Titicaca (qué maravillosa impresión, sobrevolarlo), cuya cegadora albura es debida a una amalgama de sales, en la que abundan el potasio, el boro, el manganeso y el litio, sobre todo el litio, la mayor reserva mundial de litio, más de la mitad del que existe en todo el planeta, ahí es nada.
   Lo cual que me dio mucha alegría el que semejante tesoro (“el litio es el petróleo del siglo XXI”: el futuro es de los coches eléctricos, cuyas baterías serán de litio), les iba diciendo que me puse muy contento de que tan inmenso y plano yacimiento le hubiese tocado a un país pobre,  perteneciente encima a nuestro mundo, al mundo hispano, lo que antes se  llamaba la Hispanidad, que existe, vaya que si existe. ¿Saben cómo se llama la mayor ciudad de Bolivia? ¡Respuesta acertada! En efecto, Santa Cruz de la Sierra: en honor de su fundador, Ñuflo de Chávez, natural del pueblo cacereño del mismo nombre. Con lo cual, ya tenemos un fortísimo nexo de unión entre Bolivia y Cáceres. ¿A que ya intuyen adónde quiero ir a parar? Pues claro: dicho nexo ha sido la virtual cinta transportadora de litio que a lo largo de quinientos años el pueblo boliviano le ha ido regalando a Extremadura en señal de agradecimiento, y cuyo lugar de almacenamiento acaba de ser descubierto en la falda sur de la montaña aledaña a la ciudad de Cáceres. ¿Contento por tan preciado regalo? Qué va, mujer, qué va. En un principio, sí, claro. Mas, como siempre sucede, la alegría dura muy poco en casa de la gente de mediano pelaje: me refiero a Extremadura, una de las regiones menos ricas (me niego a escribir la palabra pobre: porque no lo somos) de lo Estados Unidos de Europa.
  Resulta que, así como en el desértico mar boliviano de litio solo hay que acercarse con un camión y unas palas, aquí en Cáceres, para la obtención de dicho mineral habría que provocarle una enorme herida al hermoso paraje/paisaje bajo el cual subyace. Y ahí me tienen ustedes como un nuevo Alejandro Sanz, con el corazón partío: de una parte, las ganancias que aportaría la explotación del mineral, además de la creación de un buen puñado de puestos de trabajo, de los que tan necesitados estamos; y por la otra, la cosa medioambiental, el impacto sobre el terreno y alrededores, o sea. (Por la calle va, mientras escribo, una manifestación contra la explotación.)
  Bueno, ¿pero usted por qué opción se inclinaría?
  Cuando la mina lleve diez años en marcha, se lo diré.

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