Por la cosa del acoso, con derribo o sin él,
en todo sitio se cuecen habas, este año no habrá Nobel de Literatura.
Estupendo. El año que viene se lo dan a dos y así sacan el atraso. Y no sólo
eso: sería el comienzo de una saludable y necesaria costumbre: concederle el
premio a media docena de escritores a la vez. Decía el admirado José María
Iñigo, que él tenía muy clara la diferencia entre un famoso y una persona
importante. ¿Son acaso más importantes los escritores famosos que los médicos y
los científicos? Vamos anda. Pues bien, mientras que los premios de medicina-ciencia
están más repartidos que la lotería del Niño, el de literatura se lo dan a uno
solo. ¡Pero qué tontería es esa! Para empezar, uno de los hombres más importantes
que ha dado el mundo, Ramón y Cajal, hubo de compartir el Nobel con un
italiano, que, si bien lo suyo no es comparable a lo del nuestro, ni mucho
menos, al menos se llamaba como Cela, Camilo Golgi. Tres cuartos de lo mismo en
el caso de Ochoa, que tuvo que ir a medias con Arthur Kornberg. Y así podríamos
seguir hasta la noche.
En resumidas cuentas, que los tíos/as que
cambian el mundo con sus descubrimientos tienen que repartirse la gloria, y los
euros, entre cuatro o cinco, mientras que un señor que escribe cosas más o
menos bonitas, se lleva los honores para él solito.
Pero es que ‘aluego’ está lo otro. Yo adoro
al mentado Cela porque, aparte de que escribe como Dios, lo entiendo como si lo
hubiera parido. ¿Lo hubiera entendido de la misma manera de haber nacido don
Camilo en Tailandia? Calla, mujer. Hay una cultura que entra por los pies, lo
dijo Luis Cernuda, y yo todavía no he puesto los pies en el sudeste asiático. Alguien
dirá que para eso están las traducciones. ¿Las traducciones? Las traducciones
son un mal necesario, que hasta el mismo Cela, vertido a mil idiomas, dice que
tendrían que estar prohibidas. Ni que decir tiene que, sin haber estado nunca
en Colombia ni en Chile, sí en Perú, yo flipo con García Márquez, con Neruda y
con el novio de la Preysler, porque escriben un bellísimo español, que es la
más alta expresión de esa cultura que refiere Cernuda, la que a usted y a mí
nos entró por los pies.
En resumen, que si García Márquez hubiese sido
tailandés, dudo mucho de que yo me hubiese extasiado con su asombrosa prosa,
aparte de que, de entrada, hubiese sido un absoluto desconocido. Tanto como aquel
poeta recién galardonado, acerca del cual cuenta Carlos Herrera la siguiente
anécdota: Luis del Olmo instó al personal a que le proporcionasen algún poema
del nuevo Nobel, Kenzaburo Oé creo que era, al que ustedes conocen
perfectamente. Como nadie tuviera ni barruntos, Luis Cantero, aquel intrépido
periodista que hubo, se puso a la máquina y le compuso lo primero que se le
ocurrió, lo cual fuera leído ante el micrófono por Del Olmo. Pues bien, lo
mismo pudo haber sucedido en una emisora japonesa cuando le concedieran el
Nobel a Vicente Aleixandre.
Conclusión: es perentoria la concesión anual
del Nobel de Literatura a un puñado de escritores: uno por cada uno de los
grandes entornos culturales planetarios.