La eta se está yendo y todo el mundo sabe cómo
está siendo. Algún sabio ha dicho que la eta se va porque ya no hace falta (sus
cuates mandan en las instituciones; Navarra se ha euskaldunizado, etc), y es
posible que no le falte razón. Pero hay otras causas, a mi parecer, mucho más
determinantes. Sea como fuere, lo cierto es que la manada de la eta, que ésa sí
que era una manada (no sé qué será peor, violar o asesinar), acaba de morir y,
como en toda muerte, existe una “causa fundamental”, unas “causas antecedentes”
y una “causa inmediata”, tal que figuran en los certificados de defunción, que
alguno hemos tenido que firmar. Veamos.
“Causa fundamental”: el agotamiento temporal.
En efecto: si bien no ha llegado a lo que
duró la Guerra de los Cien años, aquella barbaridad que asoló Europa durante
más de un siglo (hay males que duran más de cien años), ha durado el doble que
otra guerra europea interminable, la de los Treinta Años, que, como todo conflicto,
un día también tuvo su fin.
“Causas antecedentes”: la valiente beligerancia
de los profesionales del cine, sí.
Con
toda seguridad, dicha actitud es lo que más daño causó en la moral de la eta. La
noche aquella de los Goya en la que todos y cada uno de los asistentes al solemne
y multitudinario acto lucieran en sus solapas sendas pegatinas, una a la
izquierda, otra a la derecha, NO A LA GUERRA, NO A LA ETA, les decía que la
gala aquella supuso para la organización terrorista un terrible varapalo, del
que nunca llegarían a recuperarse. La valentía demostrada por el elenco
cinematográfico patrio al oponerse a pecho descubierto, no sólo a la guerra de
Aznar (con Felipe no se atrevieron cuando la primera guerra del Golfo, a saber
por qué), sino también a las masacres de los sanguinarios pistoleros de la eta,
es un hito en la reciente historia de España. Los creíamos sectarios y
cobardes, y se mostraron como unos aguerridos patriotas. Y hablando de
pegatinas, la gota que colmaría el vaso, no fue una gota, sino un chaparrón de
agua fría lo que, para más inri, les cayó en su propio predio, a saber: la
noche en que, en el Festival de Cine de Donosti, cada uno de los premiados, así
como los presentadores, salieron a escena luciendo en la solapa un nombre: los
de los ochenta y tantos muertos que la eta había asesinado en dicha ciudad.
Loor y gloria sean dados para siempre a
nuestros cineastas, cuya valentía nunca agradeceremos lo suficiente.
“Causa inmediata”: la muerte del gendarme
francés.
Con toda seguridad, ese día se acabó la eta:
ni chivatazo del bar Faisán a cargo de los muchachos de Rubalcaba, ni leches. Sé
que es una ucronía lo que voy a decirles, pero convencido estoy de que si la muerte
del policía francés hubiese acaecido años atrás, Francia hubiese dejado de ser,
ipso facto, el burladero (Damborenea dixit) que fuera durante décadas para los
asesinos etarras, en cuyo suelo, y gracias a la vista gruesa, cuando no la
connivencia de las autoridades francesas (maldito sea por siempre Giscard
d’Estaing), fueron preparados cientos de atentados.
Esta
es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad sobre el final de la
eta. He dicho.