EL MINISTERIO DE CULTURA
Agapito Gómez Villa
"Ahora que me los acababa de aprender, van y me los cambian", dijo una vez mi amiga Lola, farmacéutica ella. Mi amiga Lola la farmacéutica, en cuanto sale en los periódicos la foto del nuevo gobierno, la coloca encima de la mesa de trabajo y de vez en cuando le echa una ojeada, hasta que logra aprenderse de memoria los nombres de las ministras y los ministros, ¡diablos, ya me contaminé! Y claro, se cabrea mucho cuando las/los cambian. No creo que en esta ocasión se haya enfadado mucho; al fin y al cabo el relevo ha sido unipersonal: el de Cultura y Gimnasia, Màxim Huerta, un ministro estrella... fugaz.
El que se ha desazonado esta vez ha sido este particular que les habla. ¿Por un simple ministro? No señora. Es que no ha sido un ministro cualquiera: ha sido el de Cultura y Gimnasia, y encima, por si era poco lo de Lopetegui, van y lo quitan, "por un puñado de dólares", a dos días del debut de España en el Mundial. Nadie se imagina el influjo que tienen en mí los ministros de ese ramo. Créanme si les digo que, nada más nombrado don Màxim, me puse a leer compulsivamente un tratado sobre el científico más dotado para el oficio de todos cuantos en el mundo han sido: Isaac Newton. En fin, que ido en buena hora "el tiburón de Hacienda", cariñoso piropo que Sabina dedica, "Lo niego todo", a su paisano Montoro, el hombre que nos ha convertido a todos en sucios delincuentes fiscales, el resto de los ministros me la traen al pairo. Salvo el de Cultura, ya digo. Ojo, no me refiero a los ministros que lo han sido de Educación, además. Hablo de los de Cultura a secas, y Gimnasia.
Les aseguro que, hasta su glorioso nombramiento, yo no tenía ni barruntos del señor Huerta. Pero, amiga mía, entrar en Wikipedia y salir 'pasmao' fue todo uno: ¡periodista, escritor, presentador,...! Comprendan que uno, con su sola licenciatura en Medicina y Cirugía, se sienta abrumado ante semejante currículum. Difícil, muy difícil, sería encontrar a una persona que atesore más méritos que Màxim para cargar con la cartera de la Cultura de un país que, si pinta algo en el mundo, es precisamente por eso, por su cultura, que se lo escuché yo una vez a un sabio director de la Biblioteca Nacional. Abundando en la cuestión, me sería muy fácil afirmar que aquel hombre sabio dijo también que el Siglo de Oro lo fue por la excelencia de los ministros de Cultura de cuando entonces (ej: el Quijote fue escrito a instancias de uno de ellos), tal que sucediera siglos más tarde con la Generación del 27 y su parnaso de excelsos poetas. Pero no, esto último es de mi exclusiva cosecha, que uno también tiene sus fuentes (aquí entre nosotros: Picasso estuvo en permanente contacto con los ministros de Cultura de la dictadura).
¿No estará usted insinuando que el ministerio de Cultura es perfectamente prescindible, teniendo en cuenta además que existen diecisiete conserjerías para el mismo cometido? Eso lo dirá usted. Pero ahora que lo dice, se me ocurre que bien podría hacerse cargo del mismo el ministro de Agri-cultura, aunque ahora las aguas andan revueltillas en el entorno de Doñana. No se notaría nada, y de camino nos ahorraríamos unas buenas perritas.
Agapito Gómez Villa
"Ahora que me los acababa de aprender, van y me los cambian", dijo una vez mi amiga Lola, farmacéutica ella. Mi amiga Lola la farmacéutica, en cuanto sale en los periódicos la foto del nuevo gobierno, la coloca encima de la mesa de trabajo y de vez en cuando le echa una ojeada, hasta que logra aprenderse de memoria los nombres de las ministras y los ministros, ¡diablos, ya me contaminé! Y claro, se cabrea mucho cuando las/los cambian. No creo que en esta ocasión se haya enfadado mucho; al fin y al cabo el relevo ha sido unipersonal: el de Cultura y Gimnasia, Màxim Huerta, un ministro estrella... fugaz.
El que se ha desazonado esta vez ha sido este particular que les habla. ¿Por un simple ministro? No señora. Es que no ha sido un ministro cualquiera: ha sido el de Cultura y Gimnasia, y encima, por si era poco lo de Lopetegui, van y lo quitan, "por un puñado de dólares", a dos días del debut de España en el Mundial. Nadie se imagina el influjo que tienen en mí los ministros de ese ramo. Créanme si les digo que, nada más nombrado don Màxim, me puse a leer compulsivamente un tratado sobre el científico más dotado para el oficio de todos cuantos en el mundo han sido: Isaac Newton. En fin, que ido en buena hora "el tiburón de Hacienda", cariñoso piropo que Sabina dedica, "Lo niego todo", a su paisano Montoro, el hombre que nos ha convertido a todos en sucios delincuentes fiscales, el resto de los ministros me la traen al pairo. Salvo el de Cultura, ya digo. Ojo, no me refiero a los ministros que lo han sido de Educación, además. Hablo de los de Cultura a secas, y Gimnasia.
Les aseguro que, hasta su glorioso nombramiento, yo no tenía ni barruntos del señor Huerta. Pero, amiga mía, entrar en Wikipedia y salir 'pasmao' fue todo uno: ¡periodista, escritor, presentador,...! Comprendan que uno, con su sola licenciatura en Medicina y Cirugía, se sienta abrumado ante semejante currículum. Difícil, muy difícil, sería encontrar a una persona que atesore más méritos que Màxim para cargar con la cartera de la Cultura de un país que, si pinta algo en el mundo, es precisamente por eso, por su cultura, que se lo escuché yo una vez a un sabio director de la Biblioteca Nacional. Abundando en la cuestión, me sería muy fácil afirmar que aquel hombre sabio dijo también que el Siglo de Oro lo fue por la excelencia de los ministros de Cultura de cuando entonces (ej: el Quijote fue escrito a instancias de uno de ellos), tal que sucediera siglos más tarde con la Generación del 27 y su parnaso de excelsos poetas. Pero no, esto último es de mi exclusiva cosecha, que uno también tiene sus fuentes (aquí entre nosotros: Picasso estuvo en permanente contacto con los ministros de Cultura de la dictadura).
¿No estará usted insinuando que el ministerio de Cultura es perfectamente prescindible, teniendo en cuenta además que existen diecisiete conserjerías para el mismo cometido? Eso lo dirá usted. Pero ahora que lo dice, se me ocurre que bien podría hacerse cargo del mismo el ministro de Agri-cultura, aunque ahora las aguas andan revueltillas en el entorno de Doñana. No se notaría nada, y de camino nos ahorraríamos unas buenas perritas.