VUELTA A LA NORMALIDAD
Agapito Gómez Villa
Pedro Sánchez o la normalidad. ¿La normalidad dice usted? Como lo oye. ¿A usted le parece normal tener un presidente del gobierno de España cuyo primer apellido es Rajoy? Vamos anda. Dígame usted cuántas otras personas conoce con ese apellido. Yo, al menos, ninguna, lo que se dice ninguna. Pero es que, por si faltaba algo para el euro, ¡su segundo apellido es Brey! Un presidente con esos apellidos parece de cualquier sitio menos español. Adolfo Suárez González, Felipe González Márquez, José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, Juan Carlos Rodríguez, Guillermo Fernández, eso es la normalidad.
Agúndez, Antúnez, Estévez, Fernández, Gómez, González, Hernández, Jiménez/Giménez, López, Márquez, Martín, Martínez, Núñez, Ortiz, Ramírez, Rodríguez, Sánchez, Suárez, Vázquez,...¡García! España está llena de personas con esos apellidos. ¿No es lo lógico y natural que el máximo representante electo de España lleve alguno de ellos? (los Borbones son una excepción incluso en eso: no se conoce Borbón fuera de la familia real). Pues no señor, va don Mariano y no contento con el Rajoy, para rematar lleva el Brey. La releche. He dicho electo y me reafirmo: Pedro Sánchez no es diputado, pero ha sido elegido por el Parlamento, según contemplan nuestras leyes, faltaría más.
Es que estoy convencido de que para dedicarse a la política lo mínimo es llevar apellidos representativos del propio país. Vamos, digo yo. De lo contrario, te puede pasar lo que le pasó a Sarkozy, que no fue reelegido por tener apellido húngaro (téngase en cuenta además que su atractiva esposa lleva apellido italiano: Bruni). Y lo mismo que he dicho de los apellidos lo digo del nombre. ¿Por qué cree usted que yo no me he dedicado a la política? Menudo cachondeíto hubiese montado el personal. Ni que decir tiene que, de haberme dedicado a la política, habría llegado a presidente del gobierno: Pedro Sánchez es más alto y más guapo que yo, pero yo hablo y escribo mucho mejor que él, dónde va a parar (bueno, esto último lo presupongo, pues que las obras completas de Pedro caben en media cuartilla).
En fin, que mucho personal dirá que este país es muy mariano. Sí, pero de la Virgen María.
¿Qué estoy usando un tono jocoso para una cosa tan seria? Pues claro. Pero qué otra cosa puedo hacer. Nada, absolutamente nada. A mí tampoco me gusta que, con el fin de llegar a La Moncloa, Pedro Sánchez se haya liado no sólo con los tíos que quieren cargarse mi país, España, (mi patriotismo, a mucha honra, es histórico-cultural), sino con los que día sí, día también se dedican a homenajear a los asesinos de muchos policías y guardias civiles extremeños. Ah, y con los demagogos del chalet de los 600.000. Los que sí podían haber hecho mucho, ni han abierto el pico, ellos sabrán por qué. Me refiero a los Felipe, Guerra, Rubalcaba, Ibarra, Bono, Susana, Vara y demás compañeros mártires, que a la hora de la verdad se han callado como muertos.¿Agotamiento? Algo de eso tiene que haber. Eso explicaría que el otrora ingenioso fustigador, Alfonso Guerra, le haya llamado nazi al tal Torra (le ha contestado con una querella), en lugar de usar la palabra que han puesto de moda mis parientes los periodistas: supremacista. ¡Vuestra tía la del pueblo!
Agapito Gómez Villa
Pedro Sánchez o la normalidad. ¿La normalidad dice usted? Como lo oye. ¿A usted le parece normal tener un presidente del gobierno de España cuyo primer apellido es Rajoy? Vamos anda. Dígame usted cuántas otras personas conoce con ese apellido. Yo, al menos, ninguna, lo que se dice ninguna. Pero es que, por si faltaba algo para el euro, ¡su segundo apellido es Brey! Un presidente con esos apellidos parece de cualquier sitio menos español. Adolfo Suárez González, Felipe González Márquez, José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, Juan Carlos Rodríguez, Guillermo Fernández, eso es la normalidad.
Agúndez, Antúnez, Estévez, Fernández, Gómez, González, Hernández, Jiménez/Giménez, López, Márquez, Martín, Martínez, Núñez, Ortiz, Ramírez, Rodríguez, Sánchez, Suárez, Vázquez,...¡García! España está llena de personas con esos apellidos. ¿No es lo lógico y natural que el máximo representante electo de España lleve alguno de ellos? (los Borbones son una excepción incluso en eso: no se conoce Borbón fuera de la familia real). Pues no señor, va don Mariano y no contento con el Rajoy, para rematar lleva el Brey. La releche. He dicho electo y me reafirmo: Pedro Sánchez no es diputado, pero ha sido elegido por el Parlamento, según contemplan nuestras leyes, faltaría más.
Es que estoy convencido de que para dedicarse a la política lo mínimo es llevar apellidos representativos del propio país. Vamos, digo yo. De lo contrario, te puede pasar lo que le pasó a Sarkozy, que no fue reelegido por tener apellido húngaro (téngase en cuenta además que su atractiva esposa lleva apellido italiano: Bruni). Y lo mismo que he dicho de los apellidos lo digo del nombre. ¿Por qué cree usted que yo no me he dedicado a la política? Menudo cachondeíto hubiese montado el personal. Ni que decir tiene que, de haberme dedicado a la política, habría llegado a presidente del gobierno: Pedro Sánchez es más alto y más guapo que yo, pero yo hablo y escribo mucho mejor que él, dónde va a parar (bueno, esto último lo presupongo, pues que las obras completas de Pedro caben en media cuartilla).
En fin, que mucho personal dirá que este país es muy mariano. Sí, pero de la Virgen María.
¿Qué estoy usando un tono jocoso para una cosa tan seria? Pues claro. Pero qué otra cosa puedo hacer. Nada, absolutamente nada. A mí tampoco me gusta que, con el fin de llegar a La Moncloa, Pedro Sánchez se haya liado no sólo con los tíos que quieren cargarse mi país, España, (mi patriotismo, a mucha honra, es histórico-cultural), sino con los que día sí, día también se dedican a homenajear a los asesinos de muchos policías y guardias civiles extremeños. Ah, y con los demagogos del chalet de los 600.000. Los que sí podían haber hecho mucho, ni han abierto el pico, ellos sabrán por qué. Me refiero a los Felipe, Guerra, Rubalcaba, Ibarra, Bono, Susana, Vara y demás compañeros mártires, que a la hora de la verdad se han callado como muertos.¿Agotamiento? Algo de eso tiene que haber. Eso explicaría que el otrora ingenioso fustigador, Alfonso Guerra, le haya llamado nazi al tal Torra (le ha contestado con una querella), en lugar de usar la palabra que han puesto de moda mis parientes los periodistas: supremacista. ¡Vuestra tía la del pueblo!
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