RESIDENCIA ‘SANTARIA’
Agapito Gómez Villa
A propósito del cambio de nombre, absolutamente justificado, del Hospital Infanta Cristina, cuyo empujón penúltimo me consta que ha sido el de Tomás Martín Tamayo, me ha venido a las mientes un suceso, cuyo devenir vino determinado por el cambio de denominación de un hospital. Helo aquí.
Desde que tengo memoria, en Cáceres siempre hubo dos centros hospitalarios perfectamente diferenciados: La Residencia y el Hospital. Con dichos nombres, todo el mundo lo tenía claro. Por cierto, cuando a los diez años, octubre, 1961, llegué de la mano de mi madre a la Residencia, para que me extrajeran un balín incrustado en el cuello un año atrás, “¡que te mato!”, me dijo riendo el muchacho que me pegó el tiro, creyendo que la escopeta estaba descargada, les iba diciendo que al llegar al lugar, en el frontispicio del mismo rezaban por aquellos días estas dos palabras: RESIDENCIA ‘SANTARIA’. Como para discurrir que se había caído una ‘I’ estaba yo, temblando de miedo que iba. De tal manera que así la nombraría durante años: Residencia 'Santaria'. A lo que íbamos.
Pasados que fueran algunos decenios, una nueva administración decidió el cambio de nombre de dicho centro, y así, lo que de toda la vida se conoció por la Residencia, pasaría a llamarse Hospital San Pedro de Alcántara, con lo que ya teníamos dos hospitales, el viejo y el recién ‘llegado’. (No obstante lo cual, una gran parte de la población de la provincia cacereña, la de edades más avanzadas, claro, al San Pedro de Alcántara le siguen llamando la Residencia.) Pues bien, escaso tiempo después del cambio, un interno, léase recluso, fue llevado a toda prisa a la enfermería, Prisión de Jóvenes Cáceres II (fui médico diez años), con una herida punzante en el tórax. Aunque los trámites se hicieron con premura, hubo que esperar, claro, a que llegase no sólo la ambulancia, sino la policía que debía custodiar al herido. “Llévelo al hospital San Pedro de Alcántara” le dijo el joven doctor al conductor, el cual con las abrumaciones propias de tan dramática situación, entendió lo primero, o sea, al hospital. Y con el joven malherido se presentaría en el Hospital Provincial, que por aquellos días, oh, maldición de maldiciones, estaba en cuadro, pues que apenas habíase acabado la grande remodelación a la que había sido sometido. El médico de urgencias, luego de la primera inspección, de inmediato mandó que al herido se le hiciera una radiografía de tórax, en la que se detectó un derrame masivo de sangre en uno de los pulmones, ante lo cual y dado que en dicho hospital no había cirujano de guardia (creo que ni habían empezado a funcionar los quirófanos), lo derivó con la máxima urgencia a la Residencia de toda la vida. Total, que entre unas cosas y otras, desde que, en el campo de fútbol, otro preso le clavase un estilete, había pasado tanto tiempo, que el herido no llegó a tiempo de salvar la vida.
Yo estoy seguro de que, con el justo cambio de nombre del “Infanta”, no va a suceder nada parecido, pero de lo que sí estoy convencido es de que el joven guineano, era guineano, no hubiese muerto, ay, si a la Residencia le hubiesen cambiado el nombre unos días después. Cosas del destino, ya lo sé.
Agapito Gómez Villa
A propósito del cambio de nombre, absolutamente justificado, del Hospital Infanta Cristina, cuyo empujón penúltimo me consta que ha sido el de Tomás Martín Tamayo, me ha venido a las mientes un suceso, cuyo devenir vino determinado por el cambio de denominación de un hospital. Helo aquí.
Desde que tengo memoria, en Cáceres siempre hubo dos centros hospitalarios perfectamente diferenciados: La Residencia y el Hospital. Con dichos nombres, todo el mundo lo tenía claro. Por cierto, cuando a los diez años, octubre, 1961, llegué de la mano de mi madre a la Residencia, para que me extrajeran un balín incrustado en el cuello un año atrás, “¡que te mato!”, me dijo riendo el muchacho que me pegó el tiro, creyendo que la escopeta estaba descargada, les iba diciendo que al llegar al lugar, en el frontispicio del mismo rezaban por aquellos días estas dos palabras: RESIDENCIA ‘SANTARIA’. Como para discurrir que se había caído una ‘I’ estaba yo, temblando de miedo que iba. De tal manera que así la nombraría durante años: Residencia 'Santaria'. A lo que íbamos.
Pasados que fueran algunos decenios, una nueva administración decidió el cambio de nombre de dicho centro, y así, lo que de toda la vida se conoció por la Residencia, pasaría a llamarse Hospital San Pedro de Alcántara, con lo que ya teníamos dos hospitales, el viejo y el recién ‘llegado’. (No obstante lo cual, una gran parte de la población de la provincia cacereña, la de edades más avanzadas, claro, al San Pedro de Alcántara le siguen llamando la Residencia.) Pues bien, escaso tiempo después del cambio, un interno, léase recluso, fue llevado a toda prisa a la enfermería, Prisión de Jóvenes Cáceres II (fui médico diez años), con una herida punzante en el tórax. Aunque los trámites se hicieron con premura, hubo que esperar, claro, a que llegase no sólo la ambulancia, sino la policía que debía custodiar al herido. “Llévelo al hospital San Pedro de Alcántara” le dijo el joven doctor al conductor, el cual con las abrumaciones propias de tan dramática situación, entendió lo primero, o sea, al hospital. Y con el joven malherido se presentaría en el Hospital Provincial, que por aquellos días, oh, maldición de maldiciones, estaba en cuadro, pues que apenas habíase acabado la grande remodelación a la que había sido sometido. El médico de urgencias, luego de la primera inspección, de inmediato mandó que al herido se le hiciera una radiografía de tórax, en la que se detectó un derrame masivo de sangre en uno de los pulmones, ante lo cual y dado que en dicho hospital no había cirujano de guardia (creo que ni habían empezado a funcionar los quirófanos), lo derivó con la máxima urgencia a la Residencia de toda la vida. Total, que entre unas cosas y otras, desde que, en el campo de fútbol, otro preso le clavase un estilete, había pasado tanto tiempo, que el herido no llegó a tiempo de salvar la vida.
Yo estoy seguro de que, con el justo cambio de nombre del “Infanta”, no va a suceder nada parecido, pero de lo que sí estoy convencido es de que el joven guineano, era guineano, no hubiese muerto, ay, si a la Residencia le hubiesen cambiado el nombre unos días después. Cosas del destino, ya lo sé.