Luego del manifiesto de Greta (un respeto a
Vargas Llosa: lo digo por el “luego del”), les decía que después del manifiesto
de la pugnad y jovencísima Greta, anda el personal soliviantado con lo del
cambio climático. Yo también, aunque menos. Ya saben mi criterio: la ciencia
proveerá. Yo estoy en otra cosa, de perentoria inminencia: acaba de sufrir un
acelerón descomunal. Estoy hablando de algo que, como saben, me tiene muy preocupado:
la más que segura regresión de la especie humana a los tiempos de Atapuerca por
culpa de la gente del fútbol, no tanto por los futbolistas, esos pobres
muchachos riquísimos que lo único que saben es dar patadas a un balón en un corral
(tío Félix dixit), sino más bien a cargo de los encargados de magnificar la
pedestre práctica (de ‘podos’, pies en griego) y expandirla por todos los
rincones de nuestras vidas: los medios de comunicación, mayormente la radio:
¡suspenden la programación habitual para retransmitir un partido cualquiera, en
un día cualquiera, a una hora cualquiera! Ítem más: ¡ciertos vocingleros
profesionales preconizan un máster para enseñar a dar voces mucho antes,
incluso, de que ruede la pelota!
El acelerón. Si aquella vez que visité tan sacratísimo
templo, la Scala de Milán (me santigüé al entrar), me hubiesen dicho que un día
los futbolistas lo profanarían con sus pies, por nada del mundo me lo hubiese
creído. Pues bien, semejante dislate acaba de acontecer. El otro día, en el ara
de su altar ha tenido lugar la entrega de unos premios intrascendentes. Lo cual
que aún no me he recuperado del estupor. Podría recurrir a la Biblia (lo de las
margaritas y eso), pero lo diré de otra manera: ni los futbolistas podrían
llegar a más, ni la Scala podría llegar a menos. Mas ni siquiera la primera
parte es cierta: ¿acaso ha adquirido Messi (o Sergio Ramos) algo de glamour al
hollar tan excelso escenario? ¡No me digan! Por contra, quien ha perdido un
buen pedazo de su inmenso prestigio ha sido el celebérrimo teatro. Estamos, sí,
ante un punto de inflexión en la historia de la humanidad. En verdad, en verdad
les digo que si yo fuese un famoso cantante del ‘bel canto’, ya habría abjurado
del lugar para los restos.
No sólo de música vive el hombre, dice el
evangelio laico. También se necesita algo de pan, claro. De otra manera: primum
vivere, deinde philosofare. De acuerdo. Pero yo, mandamás de la Scala, antes de
aceptar los millones de euros (tienen que haber sido muchísimos), habría tenido
en cuenta lo que en su día dijera el glorioso almirante, Méndez Núñez: “Más
vale honra sin barcos que barcos sin honra”. En dicho lugar, el fútbol es un desdoro,
cuando menos. “Poderoso caballero es don
dinero”, dejó dicho el genio cojo. El genio miope, Umbral, lo dijo de otra
manera: “Los honores que se le hacen a un millonario son más sutiles y de
fundamento que los que se le hacen a un genio”.
Lo que presiento es que la cosa sólo ha hecho
que principiar. Nada me extrañaría que el próximo año asaltasen, a falta de
Plácido, ay, el Metropolitan de Nueva York. Y por ese camino, acabasen pisoteando
los mármoles del Panteón de Roma, día en que yo me suicidaría ante el mundo.