ESPAÑA: LA CRUZ Y LA CARA
Agapito Gómez Villa
La cruz. <<Soy un hombre de imágenes, más que de palabras; por eso recuerdo tan bien la “semana trágica” de Barcelona, en 1909, cuando, a los siete años, desde el tejado de una casa veía de noche las hogueras de la ciudad, el resplandor de las llamas en el cielo>>. Cuando lo leí, hace casi cuarenta años, me pareció algo tan del pasado, que por nada del mundo me hubiera podido imaginar que las llamas nocturnas volverían a iluminar, ay, las luminosas avenidas de Barcelona. Quien se lo cuenta a Manuel Vicent es Josep Lluis Sert, catalán de pura cepa (hijo del conde de Sert), prestigioso arquitecto que fuera decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard.
Imposible imaginármelo, ya digo. Es que yo era muy joven. Pasados los años, repletas las alforjas de la memoria, hoy no me sorprende nada, lo que se dice nada: ni siquiera lo de Barcelona. Es que lo de Barcelona se veía venir, claro, aunque nadie sepa hacia donde vamos. ¿O sí? Venimos de cuarenta años de envenenamiento nacionalista, y ya se sabe que los nacionalismos, como sentimiento ‘radicado’ mayormente en la parte del encéfalo que no sirve para razonar (paleoencéfalo y mesencéfalo), lo único que siempre han aportado es odio y violencia. Siempre. En todo momento y lugar: ¡Cataluña! ¿Culpables? “Vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol”, Alfonso Guerra, 1984: por lo de Banca Catalana. ¿Por qué no se hizo? Vaya usted a saber. Yo que Felipe no dormiría tranquilo. Allí empezaría todo. Bueno, antes unos señores habían hecho una ley electoral absolutamente deleznable, en la que se prima sobremanera a los partidos nacionalistas, independentistas congénitos. Un guarro les tendría que haber comido las manos, que eso me decía un amigo, cuando jugábamos al tute y le daba malas cartas: “¡Que te coma la mano un guarro!”.
La cara. A la misma hora en que Barcelona ardía en violencia, una princesa de cuento de hadas pronuncia sus primeras palabras en público, como pétalos de colores saliendo de su boca. Se trata, claro es, de la ceremonia más solemne y dignificante que se celebra en España: la entrega de los Nobel españoles, que no otra cosa son los premios Princesa de Asturias. Este año, el de la Paz, o sea, el de la Concordia, ha recaído en una ciudad polaca, Gdansk, que "ha sido siempre punto de encuentro, pero también origen de litigios políticos de todo género, que la han ido transformando en lo que es en la actualidad: un ejemplo de solidaridad, de integración y de convivencia pacífica". Es el caso que la prensa toda estaba expectante (“estaremos muy pendientes”, repiten a todas horas los locutores) sobre las palabras que el rey diría acerca de los dramáticos acontecimientos que se vienen sucediendo en Barcelona. Y hete aquí que hoy todos los medios comentan (escribo el sábado) que don Felipe no dijo nada al respecto. ¿Que no dijo nada? A ver si estudiamos un poquito. El rey no pudo ser más elocuente: se puede decir más alto, pero no más claro. Gdansk: “Un ejemplo de solidaridad, de integración y de convivencia pacífica”. Y entonces es cuando llegaba don Miguel de Unamuno (me fui a estudiar a Salamanca por su culpa), y decía: “¿Contra quién va ese elogio?” Más claro, agua del Tormes.
Agapito Gómez Villa
La cruz. <<Soy un hombre de imágenes, más que de palabras; por eso recuerdo tan bien la “semana trágica” de Barcelona, en 1909, cuando, a los siete años, desde el tejado de una casa veía de noche las hogueras de la ciudad, el resplandor de las llamas en el cielo>>. Cuando lo leí, hace casi cuarenta años, me pareció algo tan del pasado, que por nada del mundo me hubiera podido imaginar que las llamas nocturnas volverían a iluminar, ay, las luminosas avenidas de Barcelona. Quien se lo cuenta a Manuel Vicent es Josep Lluis Sert, catalán de pura cepa (hijo del conde de Sert), prestigioso arquitecto que fuera decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard.
Imposible imaginármelo, ya digo. Es que yo era muy joven. Pasados los años, repletas las alforjas de la memoria, hoy no me sorprende nada, lo que se dice nada: ni siquiera lo de Barcelona. Es que lo de Barcelona se veía venir, claro, aunque nadie sepa hacia donde vamos. ¿O sí? Venimos de cuarenta años de envenenamiento nacionalista, y ya se sabe que los nacionalismos, como sentimiento ‘radicado’ mayormente en la parte del encéfalo que no sirve para razonar (paleoencéfalo y mesencéfalo), lo único que siempre han aportado es odio y violencia. Siempre. En todo momento y lugar: ¡Cataluña! ¿Culpables? “Vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol”, Alfonso Guerra, 1984: por lo de Banca Catalana. ¿Por qué no se hizo? Vaya usted a saber. Yo que Felipe no dormiría tranquilo. Allí empezaría todo. Bueno, antes unos señores habían hecho una ley electoral absolutamente deleznable, en la que se prima sobremanera a los partidos nacionalistas, independentistas congénitos. Un guarro les tendría que haber comido las manos, que eso me decía un amigo, cuando jugábamos al tute y le daba malas cartas: “¡Que te coma la mano un guarro!”.
La cara. A la misma hora en que Barcelona ardía en violencia, una princesa de cuento de hadas pronuncia sus primeras palabras en público, como pétalos de colores saliendo de su boca. Se trata, claro es, de la ceremonia más solemne y dignificante que se celebra en España: la entrega de los Nobel españoles, que no otra cosa son los premios Princesa de Asturias. Este año, el de la Paz, o sea, el de la Concordia, ha recaído en una ciudad polaca, Gdansk, que "ha sido siempre punto de encuentro, pero también origen de litigios políticos de todo género, que la han ido transformando en lo que es en la actualidad: un ejemplo de solidaridad, de integración y de convivencia pacífica". Es el caso que la prensa toda estaba expectante (“estaremos muy pendientes”, repiten a todas horas los locutores) sobre las palabras que el rey diría acerca de los dramáticos acontecimientos que se vienen sucediendo en Barcelona. Y hete aquí que hoy todos los medios comentan (escribo el sábado) que don Felipe no dijo nada al respecto. ¿Que no dijo nada? A ver si estudiamos un poquito. El rey no pudo ser más elocuente: se puede decir más alto, pero no más claro. Gdansk: “Un ejemplo de solidaridad, de integración y de convivencia pacífica”. Y entonces es cuando llegaba don Miguel de Unamuno (me fui a estudiar a Salamanca por su culpa), y decía: “¿Contra quién va ese elogio?” Más claro, agua del Tormes.