La otra noche, me acosté, como todos los
días de las últimas semanas, con el dolor del nuevo episodio de ciática (soy
veterano en esas lides), luego de haberme tomado un medicamento que me ha
recetado el médico, o sea, yo mismo, uno de esos fármacos que tan buen
resultado dan en “el dolor neuropático, periférico y central”. Comoquiera que,
por la molestia, no tenía el cuerpo para leer, encendí la radio (el mejor invento
de los siglos pasados, presentes y venideros) y me dejé llevar por el agradable
verbo de los locutores (de muchacho, nada me hubiera gustado más que ser Luis
del Olmo con la cultura de Martín Ferrand). Será casualidad, pero en el mismo
programa salieron a relucir los “tres tenores”: Chávez, Ibarra y Bono, que así
fueran llamados cuando en el pasado (no hace tanto), eran enviados a Cataluña, perdón,
Catalunya, un respeto al “protocharnego”, Vázquez Montalbán, que el pobre inocente
seguro que se murió creyendo que los catalanistas le iban a perdonar la vida
por ser un escritor de éxito -¡lo tenía claro!-, les iba diciendo que cuando
era tiempo de elecciones, Alfonso mandaba a la terna a pedir el voto a los
cientos de miles de emigrantes andaluces, extremeños, manchegos, castellanos,
gallegos, murcianos.
Salieron a relucir “los tres tenores”, ya
digo: Chávez, por los nueve años de inhabilitación por la cosa de los EREs;
Bono porque dijo que ponía la mano (no dijo en el fuego) por Chávez y Griñán; y
nuestro Ibarra (hay que quererlo por fuerza, que hubiera dicho mi madre) lo
hizo amenazando con romper el carnet del partido, si Sánchez negociase con los
independentistas. Antes de quedarme dormido, me dio tiempo de pensar en el
bochorno que habría pasado (es muy fuerte eso de robar cientos de millones de
euros destinados a los parados!), si hubiese dado el paso cuando en tiempos más
juveniles estuve a punto de profesar en el PSOE. No me avergüenzo de confesar
que, sabedor de mis intenciones, un alto dirigente socialista me dijo: “Me
encantaría apadrinarte”.
En fin, que no sé si por efecto del
medicamento, que puede producir sueños raros, o vaya usted a saber por qué, lo
cierto y verdad es que a eso de las cuatro de la mañana me desperté
sobresaltado, con la respiración agitada y la frente sudorosa. Acababa de
escapar de un sueño aterrador. Alfonso Guerra, sabedor de que provengo de una
familia muy humilde y que, por tanto, podría tener cierto tirón entre “los
míos” (de mi pueblo, en Barcelona hay la tira), me ordenó que me uniese a la
expedición de la terna. Y allá que me fui tan contento. Pues bien, ya en el
estrado, cuando más enardecido me encontraba y más entregada tenía a la
concurrencia, vi aparecer por un costado a Miguel Iceta. De repente, me quedé
paralizado, y a continuación, como alma que lleva el diablo, salí corriendo del
escenario y me escapé del sueño, aterrado: los votos de los míos no serían para
el PSOE, sino para el PSC: ¡un partido socialista partidario del
independentismo! Ni pensar quiero los sueños que tendrá nuestro Ibarra. Y
Alfonso Guerra.