Si los muchachos cacereños
que se han acercado a Nepal, a entrevistarse con las autoridades del país, por
ver si se consigue erigir en Cáceres el gran templo dedicado a Buda, me
hubiesen invitado a la cita, o al menos me hubiesen hablado de su viaje, yo les
hubiera proporcionado una carta de recomendación que habría dejado pasmados a
los mandamases del lugar. Pero nada, estos jóvenes creen que tienen la ciencia
infusa y les parece que ya lo saben todo. De lo contrario, le habrían regalado
a los nepalíes, bordado en oro, el pensamiento que a continuación podrá leer
quien tuviere la paciencia de seguir con este interesante escrito. Me explico.
Hay una figura en el
mundo cuyas previsiones científicas se han ido cumpliendo una a una, cual
profecías bíblicas, de modo inexorable a lo largo de un siglo, y lo que te
rondaré, morena. La última, hace cuatro días. De haber sido demostradas en
vida, le habrían sido concedidos una fanega de premios Nobel de Física, y no
sólo el que le dieran por una “fruslería”: el efecto fotoeléctrico. Se trata,
claro es, de la más grande inteligencia que vieran los siglos; oiga, que el que
lo dice no es ningún Echenique, aunque se moviera en sillas de ruedas como él;
el que lo afirma es nada más y nada menos que Stephen Hawking, un genio
paralítico: “El descubrimiento de que la atracción que sobre nosotros ejerce la
Tierra es como si el planeta nos empujase hacia arriba con un movimiento
uniformemente acelerado, es el más grande relámpago de la mente humana”. ¿A quién
se refiere don Stephen? A quién va a ser. Al mismo que enunciara sendos ‘libros’
de la ciencia del Bien y del Mal (ah, la guerra atómica), a saber: la teoría de
la relatividad especial, o sea, restringida (lo de especial fue una mala
traducción del alemán) y la teoría de la relatividad general. Hablo, claro es,
de don Alberto el Magno (no confundir con San Alberto Magno, aunque sea el
patrón de los científicos y naciese en Alemania como el otro).
Fíjense si no ha
fallado ni una, que un siglo después, lo que parecía imposible (él dijo que no sería
posible demostrarlo nunca), acaba de ser logrado, milagrosamente. Él predijo
que cuando se funden dos elementos de energía monstruosa, dos agujeros negros,
un suponer, se produce una convulsión cósmica tan descomunal, que sus ondas se
expanden por el universo ‘eternamente’: ¡las ondas gravitatorias! El otro día,
mismamente, acaba de ser descubierto y publicado el último ¡bombazo¡, uno que
tuvo lugar hace 500 millones de años.
Dicho todo lo cual, tú te presentas
con esas credenciales ante las autoridades
nepalíes, y por muy imbuidos que
estén en sus misticismos, seguro que se
quedarían pasmados. Una vez que
los tienes asombraos, vas y les entregas,
bordada en letras de oro,
una de sus profecías:
“La religión del futuro será
cósmica. Una religión basada en la experiencia que
rehúya los dogmatismos. Si hay
alguna religión que colme las necesidades de la
ciencia, ésa sería el Budismo”.
“¿Qué ‘sos’ parece, señores?”.
“Váyanse tranquilos. Antes de
que regresen ustedes, habrán comenzado las
obras de nuestro Buda en su
tierra”.