LOS DIÁCONOS DE PLASENCIA
Agapito Gómez Villa
Decía el HOY anteayer: "La diócesis de Plasencia formará seglares como diáconos ante la falta de sacerdotes". Y añadía: "Los diáconos podrán realizar todas las funciones de los curas, excepto consagrar y confesar". La noticia coincide en el tiempo con la polémica suscitada por la publicación de un libro, "Desde lo más profundo de nuestros corazones", de cuya dúplice autoría se ha descolgado el papa emérito. ¿Que por qué se ha caído Benedicto del cartel? Precisamente por un aspecto relacionado con el asunto que encabeza este escrito: la supresión o no del celibato, de lo cual, Ratzinger al parecer no sería muy partidario, en contraposición a la decisión del reciente Sínodo para la Amazonía, en el que ha sido entreabierta la puerta a la ordenación de hombres casados, en los territorios donde la escasez de curas se aproxima a la 'extinción'.
(Más de uno se preguntará qué hago metiéndome en jardines eclesiásticos que ni me van ni me vienen (fui bautizado), cuando todo columnista que se precie no habla de otra cosa que de la política. Por eso justamente; que lo dejó Cela muy clarito: "Cuando en un sitio huele mucho a algo, la solución no es oler más, sino oler distinto". Ni que decir tiene que yo estoy a muerte con Cela, ese genio. Podría, asimismo, haber recurrido a Terencio, "Hombre soy, nada humano me es ajeno", pero me da un poco de pudor. No tengo, ya quisiera yo, la categoría de Unamuno, que hasta se permite ponerlo en latín al comienzo de su magnífica obra, "Del sentimiento trágico de la vida": Homo sum, humano nihil a me alienum puto.)
Pues eso, que hay que tomar una decisión: o se 'extingue' el celibato o se extinguen los curas, y no creo yo que la Iglesia, la mejor institución, sí, sobre la faz de la Tierra, sí, dicho sea entre paréntesis, se incline por su autodestrucción. O sea, que el celibato tiene los días contados. A la Amazonia me remito. Y a la interesantísima película "Los dos papas": "San Pedro era un hombre casado y el celibato no aparece hasta el siglo III", le dice el cardenal Bergoglio al papa Benedicto, en intensa conversación peripatética, y no creo yo que el guionista se haya inventando cosa semejante. Lo de Plasencia está muy bien, pero es para salir del paso. Los diáconos son personas encomiables, pero, a la larga, sus atribuciones vendrán a resultar insuficientes: lo de la consagración y la confesión es algo demasiado importante. En lo inmediato, habrá que ir acostumbrándose: hoy por hoy, el personal que se casa por la Iglesia, sigue prefiriendo la presencia de un sacerdote. ¿Usted quién prefiere que le cure el reúma, un enfermero o un médico? Los diáconos, personas admirables, insisto, son los enfermeros de la Iglesia.
En fin, que, si el Señor nos da salud, llegaremos a conocer no sólo el ordenamiento sacerdotal de probos hombres casados, con hijos y nietos, sino que un día seremos testigos de dicho ordenamiento en la misma ceremonia donde el joven acaba de recibir el sacramento matrimonial. Es más: veremos el ordenamiento de la novia y el novio en la mismísima ceremonia nupcial. Al tiempo.
Agapito Gómez Villa
Decía el HOY anteayer: "La diócesis de Plasencia formará seglares como diáconos ante la falta de sacerdotes". Y añadía: "Los diáconos podrán realizar todas las funciones de los curas, excepto consagrar y confesar". La noticia coincide en el tiempo con la polémica suscitada por la publicación de un libro, "Desde lo más profundo de nuestros corazones", de cuya dúplice autoría se ha descolgado el papa emérito. ¿Que por qué se ha caído Benedicto del cartel? Precisamente por un aspecto relacionado con el asunto que encabeza este escrito: la supresión o no del celibato, de lo cual, Ratzinger al parecer no sería muy partidario, en contraposición a la decisión del reciente Sínodo para la Amazonía, en el que ha sido entreabierta la puerta a la ordenación de hombres casados, en los territorios donde la escasez de curas se aproxima a la 'extinción'.
(Más de uno se preguntará qué hago metiéndome en jardines eclesiásticos que ni me van ni me vienen (fui bautizado), cuando todo columnista que se precie no habla de otra cosa que de la política. Por eso justamente; que lo dejó Cela muy clarito: "Cuando en un sitio huele mucho a algo, la solución no es oler más, sino oler distinto". Ni que decir tiene que yo estoy a muerte con Cela, ese genio. Podría, asimismo, haber recurrido a Terencio, "Hombre soy, nada humano me es ajeno", pero me da un poco de pudor. No tengo, ya quisiera yo, la categoría de Unamuno, que hasta se permite ponerlo en latín al comienzo de su magnífica obra, "Del sentimiento trágico de la vida": Homo sum, humano nihil a me alienum puto.)
Pues eso, que hay que tomar una decisión: o se 'extingue' el celibato o se extinguen los curas, y no creo yo que la Iglesia, la mejor institución, sí, sobre la faz de la Tierra, sí, dicho sea entre paréntesis, se incline por su autodestrucción. O sea, que el celibato tiene los días contados. A la Amazonia me remito. Y a la interesantísima película "Los dos papas": "San Pedro era un hombre casado y el celibato no aparece hasta el siglo III", le dice el cardenal Bergoglio al papa Benedicto, en intensa conversación peripatética, y no creo yo que el guionista se haya inventando cosa semejante. Lo de Plasencia está muy bien, pero es para salir del paso. Los diáconos son personas encomiables, pero, a la larga, sus atribuciones vendrán a resultar insuficientes: lo de la consagración y la confesión es algo demasiado importante. En lo inmediato, habrá que ir acostumbrándose: hoy por hoy, el personal que se casa por la Iglesia, sigue prefiriendo la presencia de un sacerdote. ¿Usted quién prefiere que le cure el reúma, un enfermero o un médico? Los diáconos, personas admirables, insisto, son los enfermeros de la Iglesia.
En fin, que, si el Señor nos da salud, llegaremos a conocer no sólo el ordenamiento sacerdotal de probos hombres casados, con hijos y nietos, sino que un día seremos testigos de dicho ordenamiento en la misma ceremonia donde el joven acaba de recibir el sacramento matrimonial. Es más: veremos el ordenamiento de la novia y el novio en la mismísima ceremonia nupcial. Al tiempo.