Ante la atribulada situación actual, ¿se
puede informar sin alarmar? Sí se puede: lo hace a diario el doctor Carlos
Herrera (es licenciado en medicina), a cuya consulta derivo a todos los amigos
que, ante el incremento de los afectados por el malhadado virus, así como por
el creciente número de muertos, me llaman apesadumbrados, buscando la opinión
de un médico viejo. A todos les aplico el “imperativo categórico” de Kant en mi
versión doméstica (por cierto, don Emmanuel fue un precursor de los
confinamientos: nunca salió de su pueblo): “Quiere para los demás, lo que
quieras para ti”. Así es: a todos les digo dos cosas: la primera, ni se te
ocurra encender la televisión (¡arrepentíos, el fin del mundo está próximo!,
parecen decir), salvo para cosas agradables (ayer vi un documental impresionante
sobre la cultura Nubia; y otro sobre Leonardo Da Vinci, ‘pa’ morirse); la
segunda, tú limítate a escuchar al doctor Herrera y verás qué bien te viene:
estarás puntualmente informado y no te sentirás alarmado.
En efecto, a Carlos Herrera, aunque nunca ejerciera
la medicina, le han venido de perlas los estudios para llevar con mano maestra
la ‘consulta’ matinal que tiene abierta en la COPE de lunes a viernes. En dicha
consulta no falta de nada: al doctor no se le caen los anillos a la hora de
desgranar las decenas de miles de infectados, ni los miles de cadáveres que el
virus va dejando a su paso, ni tampoco se corta un pelo cuando tiene que
repartir estopa a diestro y siniestro (la eta le hizo viajar en ascensor con
una bomba/caja de puros), lo cual le ha granjeado tal respeto, que los
ministros acuden a su reclamo como corderitos, aunque minutos antes haya dicho
pestes de su amo. Pero, claro es, en un programa de seis horas, hay tiempo para
todo, no sólo para que el doctor y su brillante elenco de colaboradores
informen/comenten todo lo relacionado con la durísima, dramática, convulsión
que estamos viviendo; también hay lugar para enviar un soplo de optimismo a la
millonaria audiencia confinada: un suponer, la impagable hora de “los
fósforos”, en la cual, entre el ingenio del doctor y colaboradores, más la
espontánea aportación de los oyentes, uno tiene la sensación de estar viviendo
en otro país. Pues bien, ese país existe: se llama España. Un país en el que,
al día de hoy, 47 millones de sus habitantes están enclaustrados, sí, pero no infectados.
Gracias, admirado colega (dijiste que te
ibas a colegiar: ¡qué mejor momento!).