Seguro estoy de que este escrito hubiese
tenido más tirón, si lo hubiese titulado con el lema que doña Irene Montero,
ministra de Igualdad, ha auspiciado/inventado para hoy, Día de la Mujer: “Sola
y borracha, quiero llegar a casa”. Pero me ha resultado imposible, de todo
punto: me da dolor escribir la palabra borracha. ¿Es que no podían haber
escogido otra menos horrísona? Estoy convencido de que así habría sido, si doña
Irene, o alguien de su entorno, hubiesen leído “Don de la ebriedad”, obra señera
de la lírica española contemporánea, del gran poeta zamorano, Claudio Rodríguez.
Vean si no:
“Oh, claridad sedienta de una forma/de una
materia para deslumbrarla.../ Si tú la luz te la has llevado toda, cómo voy a
esperar nada del alba.” Bonito, ¿eh? Sí, pero qué tiene que ver esto con la
mujer borracha. Ahora mismo se lo aclaro:
“Y sin embargo –esto es un don-, mi boca
espera,/ y mi alma espera,..,/ ebria persecución, claridad sola/ mortal como el
abrazo de las hoces/ pero abrazo hasta el fin que nunca llega.”
¡Ahí está! Ebria. ¿Se imaginan ustedes que
el poeta hubiese escrito ‘borracha persecución’? Qué horror. Más de uno estará
diciendo que, como lema, “Sola y ebria,
quiero llegar a casa”, no pega ni con cola. De acuerdo. Pero para eso estamos
los amigos: “Sola y ebria, quiero volver de la fiesta” (o de la feria). Todo,
menos que una mujer se llame borracha a sí misma. Presiento que, por escribir
esto, alguna feminista querrá emascularme, por machista, pues que del varón se
dice borracho con toda naturalidad, que hay incluso una canción de Los Brincos
con dicho título: “Borracho”. Pero yo no lo digo por la borrachera, lo digo por
una cuestión estética: una mujer ebria siempre llegará a casa con el semblante más
luminoso que una mujer borracha, aunque llegue al alba. ¿O no?
Es que no hubiese hecho ni falta recurrir al
poeta. Habría bastado con recordar al recién fallecido José Luis Cuerda, de
cuya prodigiosa “Amanece, que no es poco”, transcribo estas palabras del
estudiante americano, Gabino Diego, luego de que el médico del lugar le haya
espetado unas gruesas palabras al tabernero: “Es probable…la ‘pósibilidad’ de
que el buen mesonero…no le responda a su conversación,…porque el ‘dóctor’ ebrio
le ha insultado de muchas palabras,…hace ya nada”. En efecto, a pesar de su
“media lengua” americana, no le llama borracho el médico, que estaba bastante
pasadillo.
Todo, insisto, todo menos calificar de
borracha a una mujer. (Doña Irene, la próxima vez no le importe llamar.)