Yo fui jefe de mesa. Se lo contaba, no ha
muchos días, a tenor de la ‘fascia lata’, una gruesa membrana que envuelve los
potentes músculos del muslo, y que, a pesar de su nombre, nada tiene que ver
con el fascismo: la tenemos todos, fascistas, antifascistas y mediopensionistas.
Previo examen exploratorio, el profesor de
anatomía seleccionaba a un puñado de alumnos (jefes de mesa), a los que, sobre
los deshilachados restos de un cadáver, nos mostraba lo que debíamos enseñar al
día siguiente a una docena de compañeros: nervios, músculos, tendones,… Cada
grupo, alrededor de su correspondiente cadáver, claro.
Pues mira tú por dónde, ahora me acaban de
entrar remordimientos de conciencia, sí: desde que el otro día el cardenal
Cañizares dijera que se están utilizando células de fetos abortados para fabricar
una vacuna contra el coronavirus. “Obra del diablo” ha llamado a dicha
práctica, que por lo visto no deja de hacer de las suyas “en plena pandemia”,
el muy sinvergüenza, que es lo que ha sido siempre el diablo: un lindo
sinvergüenza (mi madre dixit).
Pues eso, que si alguna vacuna es obra del
diablo, me pregunto yo si aquellos benéficos, benditos y mudos cadáveres no
serían también ‘obra’ del sinvergüenza del diablo: que permitió que los
llevasen a una sala de disección, en lugar de darles cristiana sepultura. Qué
diferencia hay, díganme.
Oiga, que monseñor Cañizares lo dice porque
son fetos abortados. Mire usted, lo del aborto será siempre un problema de
conciencia. A mí, desde luego, de haber sido mujer, no me hubiese gustado encontrarme
nunca en tan dura tesitura (lo escuché de sus labios la otra noche: bajo la
deslumbrante imagen de la bellísima Carmen Sevilla, hubo siempre un poso de
amargura: por dos hijos que no tuvo). El caso es que haberlos, haylos: los
abortos. Y si haylos, qué mejor destino para una vida destruida que dar vida a
otras personas. ¿Qué el fin no justifica los medios? Absolutamente de acuerdo.
Pero eso sería en el caso de que la mujer abortase por dinero. Pero parece que
de eso no estamos hablando.
Monseñor Cañizares: imagine que acaba de
asistir espiritualmente a un joven que ha sido ‘legalmente’ ejecutado, horror, y
que en la cama de un hospital hay una persona cuya vida depende del corazón del
joven, o de sus riñones. ¿Autorizaría su eminencia el trasplante de sus órganos?
Y ya puestos, ¿autorizaría que el cadáver fuese llevado a la sala de disección
de una facultad de medicina, en lugar de introducirlo en el nicho de un
cementerio? ¿Acaso no encuentra su eminencia alguna similitud entre el cadáver
del joven y los fetos abortados? Yo sí, con perdón.
Y ya para acabar: ¿ha pensado su eminencia que,
debido a sus palabras, algunas personas podrían negarse a ser vacunadas, con el
consiguiente peligro para su salud y la de los demás?