PRINCESA DE ASTURIAS 'SANITARIO'
Agapito Gómez Villa
Lo de este año estaba cantado, amigo Huertas. Antonio Huertas es un "Extremeño de HOY", natural de Villanueva, integrante del jurado que concede el premio 'asturiano' de la Concordia (¿a que no saben quién fue el novio en la boda, qué vergüenza, el día que al ilustre villanovense le entregaron, en Plasencia, el premio de este periódico? ¡Exacto: Iván Monago de Redondo!).
Este año, cantado estaba, ya digo, le acaba de ser otorgado tan prestigioso galardón a todos los sanitarios españoles. Con todo el merecimiento del mundo: se han dejado y siguen dejándose la piel, del cuerpo y del alma, en el combate contra el maldito virus coronado (de espículas). Lo de héroes es muy bonito, pero me parece excesivo. Aunque bien mirado, tener que acudir a trabajar cada día sabiendo que hay cientos, miles, de compañeros infectados, cuando no ingresados, cuando no intubados, cuando no muertos, debe de ser una experiencia terrible. Me cuentan que el nivel de estrés que han tenido que soportar, se podía cortar con un bisturí. Mayormente, durante aquellos días en los que los medios de protección eran parecidos a los que teníamos en el cuartel del ABQ (guerra Atómica, Bacteriológica y Química), Santander, en donde estuve destinado unas semanas cuando la mili: unas hermosas escobas para luchar contra las ratas, lo juro por mis nietos.
No es pasión de padre (siempre me consideré un médico normalito), pero si algo bueno ha tenido esta pandemia es que la sociedad haya tomado conciencia de una vez y para siempre de que, dentro de la consideración que merecen todas las profesiones, no existe otra de mayor trascedencia que la sanitaria, seguida, eso sí, a pocos metros de los enseñantes. De ahí que, en tiempos, escribiese que, cuando yo sea presidente del gobierno (qué pudor, cuando haya de sentarme en el sillón de Pedro Pablo, el Churchill español, con lo mentirosillo que soy), no habrá profesional mejor pagado que un médico. No sé cuánto le pagarían a 'sus' Hipócrates mis parientes los griegos (me llamo Agapito por eso), pero a la hora del reconocimiento social no se anduvieron con chiquitas: ni filósofos, ni arquitectos, ni escultores, ni poetas, ni dramaturgos, ni leches: el único hombre que mereció ser elevado a la categoría de dios fue un médico, Asclepio (el Esculapio romano), el padre de Hygea y Panacea, sus enfermeras. Seguro estoy que, de haber existido, les habrían concedido el Princesa de Atenas: al padre y a las hijas.
Hoy nadie discute la excelente formación de nuestros médicos (¡nuestros oncólogos van a ´rotar' a Houston!), gracias al bendito sistema MIR, que Dios nos conserve muchos años. Por eso, quiero hacer otra promesa para cuando ocupe el puesto de Winston Churchill, perdón, de Pedro Pablo: pondré todo mi empeño en elevar aún más la muy elevada cualificación de los médicos. Y crearé un MIR de enfermería. ¿Están de acuerdo o no?
Enhorabuena, abnegados/admirados sanitarios todos.
Agapito Gómez Villa
Lo de este año estaba cantado, amigo Huertas. Antonio Huertas es un "Extremeño de HOY", natural de Villanueva, integrante del jurado que concede el premio 'asturiano' de la Concordia (¿a que no saben quién fue el novio en la boda, qué vergüenza, el día que al ilustre villanovense le entregaron, en Plasencia, el premio de este periódico? ¡Exacto: Iván Monago de Redondo!).
Este año, cantado estaba, ya digo, le acaba de ser otorgado tan prestigioso galardón a todos los sanitarios españoles. Con todo el merecimiento del mundo: se han dejado y siguen dejándose la piel, del cuerpo y del alma, en el combate contra el maldito virus coronado (de espículas). Lo de héroes es muy bonito, pero me parece excesivo. Aunque bien mirado, tener que acudir a trabajar cada día sabiendo que hay cientos, miles, de compañeros infectados, cuando no ingresados, cuando no intubados, cuando no muertos, debe de ser una experiencia terrible. Me cuentan que el nivel de estrés que han tenido que soportar, se podía cortar con un bisturí. Mayormente, durante aquellos días en los que los medios de protección eran parecidos a los que teníamos en el cuartel del ABQ (guerra Atómica, Bacteriológica y Química), Santander, en donde estuve destinado unas semanas cuando la mili: unas hermosas escobas para luchar contra las ratas, lo juro por mis nietos.
No es pasión de padre (siempre me consideré un médico normalito), pero si algo bueno ha tenido esta pandemia es que la sociedad haya tomado conciencia de una vez y para siempre de que, dentro de la consideración que merecen todas las profesiones, no existe otra de mayor trascedencia que la sanitaria, seguida, eso sí, a pocos metros de los enseñantes. De ahí que, en tiempos, escribiese que, cuando yo sea presidente del gobierno (qué pudor, cuando haya de sentarme en el sillón de Pedro Pablo, el Churchill español, con lo mentirosillo que soy), no habrá profesional mejor pagado que un médico. No sé cuánto le pagarían a 'sus' Hipócrates mis parientes los griegos (me llamo Agapito por eso), pero a la hora del reconocimiento social no se anduvieron con chiquitas: ni filósofos, ni arquitectos, ni escultores, ni poetas, ni dramaturgos, ni leches: el único hombre que mereció ser elevado a la categoría de dios fue un médico, Asclepio (el Esculapio romano), el padre de Hygea y Panacea, sus enfermeras. Seguro estoy que, de haber existido, les habrían concedido el Princesa de Atenas: al padre y a las hijas.
Hoy nadie discute la excelente formación de nuestros médicos (¡nuestros oncólogos van a ´rotar' a Houston!), gracias al bendito sistema MIR, que Dios nos conserve muchos años. Por eso, quiero hacer otra promesa para cuando ocupe el puesto de Winston Churchill, perdón, de Pedro Pablo: pondré todo mi empeño en elevar aún más la muy elevada cualificación de los médicos. Y crearé un MIR de enfermería. ¿Están de acuerdo o no?
Enhorabuena, abnegados/admirados sanitarios todos.